21: El declive comienza.
Al día siguiente, Noah se acercó a mí como todas las mañanas mientras desayunaba en el jardín. El aire estaba impregnado con el aroma del café recién servido y el murmullo de las voces de los demás trabajadores que iban y venían por la casa. Noah me miró, y yo sostuve su mirada por un instante que se sintió más largo de lo normal. Sabía que quería decirme algo, lo reconocía en la tensión de sus hombros y en la manera en que sus labios se movieron antes de contener una palabra. Sin embargo, había demasiada gente alrededor, y ambos éramos conscientes de que una frase equivocada nos llevaría directo a la tumba. Tal vez a él mucho más rápido que a mí.
—¿Señora, necesita ayuda en algo? —me preguntó con un tono neutro, casi mecánico, como si se limitara a cumplir con una obligación.
Me levanté de un salto, asintiendo con la cabeza. Me acerqué a él lentamente, como quien no quiere levantar sospechas.
—¿Puedes ayudarme bajando algo que necesito? —pregunté con voz suave.
Noah asintió y