Mundo ficciónIniciar sesiónNicolle tomo asiento en el sillón frente a él y entrelazó las manos sobre su regazo, respirando hondo. Había pasado la noche anterior pensando en cómo lidiar con Iván Moretti y su absurda propuesta. Si él podía convertir una entrevista de trabajo en un cuestionario personal, ¿por qué no podía ella devolverle el favor?
Levantó la barbilla, y con una sonrisa tensa, murmuró:
—Muy bien, señor Moretti… ahora es mi turno.
Iván arqueó una ceja, sin cambiar la postura relajada con la que la observaba desde detrás de su escritorio.
—¿Su turno?
—Exacto —replicó ella, cruzándose de brazos—. Me entrevistó como si fuera una candidata en un concurso. Creo que lo justo es que yo haga lo mismo.
Hubo un destello apenas perceptible en los ojos verdes de Iván, algo entre diversión y curiosidad.
—Adelante —dijo, inclinándose apenas hacia atrás en la silla—. Le concedo la oportunidad.
Nicolle carraspeó, como si realmente se preparara para tomar notas.
—Primera pregunta… —lo miró fijo, fingiendo seriedad—. ¿Usted ronca?
El aire se tensó un instante, hasta que Iván soltó una exhalación breve, más parecida a una risa contenida.
—No. Y aunque lo hiciera, tendría una solución inmediata.
—¿Dormir en otro cuarto? —bromeó ella.
—Operación láser —Su respuesta fue tan seca y literal que Nicolle no supo si reír o rodar los ojos.
Decidió continuar.
—Bien, segunda pregunta. ¿Color favorito?
Él ladeó apenas la cabeza, como si aquella pregunta fuera irrelevante.
—Negro.
Nicolle suspiró dramáticamente.
—¡Por supuesto! Tenía que ser el más cliché del universo.
—El negro es elegancia, sobriedad, poder —La seriedad con la que lo dijo le arrancó una risita.
—Y aburrimiento —lo pinchó ella, con malicia.
Los labios de Iván se curvaron levemente, aunque no llegó a sonreír.
—¿El suyo?
—Turquesa —Ella lo dijo sin dudar, y luego añadió—: porque me recuerda al mar, a la libertad… algo que, evidentemente, usted no conoce.
Él no apartó la mirada.
—Lo conozco. Simplemente no lo necesito.
Nicolle lo fulminó con la vista, mientras pensaba que ese hombre era la definición viva de un bloque de mármol.
Se inclinó hacia adelante en la silla.
—Tercera pregunta: ¿Cuál es su comida favorita?
—Filete a término medio, con salsa de pimienta. —Lo dijo con la precisión de quien dicta una orden en un restaurante caro.
—¡Qué sorpresa! —ironizó Nicolle—. Carne, fuerte, serio… absolutamente nada que ver con un pastelito de fresa.
Él arqueó una ceja.
—¿Y la suya?
—Pizza con extra de queso —respondió sin titubear, sonriendo como niña traviesa.
Hubo un silencio en el que Iván la miró como si tratara de descifrar si hablaba en serio.
—Eso explica su entusiasmo —murmuró con calma glacial.
Ella abrió la boca ofendida.
—¿Insinúa que mi entusiasmo tiene forma de queso derretido?
Él no contestó, y esa indiferencia fue peor que cualquier burla. Nicolle decidió seguir, intentando no dejarse intimidar.
—Bien, siguiente: ¿Cuál fue la última vez que lloró?
Esa vez la tensión cambió de color. Iván dejó caer la mirada apenas, apoyando los codos sobre los reposabrazos, con el ceño levemente fruncido.
—Hace años —respondió, seco, cortante.
Nicolle sintió un nudo en la garganta. Había algo en ese tono que parecía demasiado definitivo, como si esa palabra llevara consigo un peso que él no pensaba compartir.
—Ya veo… —susurró, bajando un poco la voz.
Él la observó con dureza, como si quisiera cortar la compasión que amenazaba con asomar en sus ojos.
—Siguiente pregunta, señorita Volkova.
Ella tomó aire, recuperando el tono ligero.
—Bien. ¿Usted baila?
Iván la miró fijamente, tan serio que parecía que iba a decir que jamás en su vida.
—No.
—¿Nunca? —preguntó Nicolle, divertida.
—No desperdicio energía en movimientos inútiles.
Ella soltó una carcajada, genuina esta vez.
—Por favor, no me diga que considera bailar un desperdicio de energía.
Él no se inmutó.
—Si no genera resultados concretos, sí.
—Definitivamente tendría que arrastrarlo a la pista de baile —insistió Nicolle, con una sonrisa pícara.
—Lo dudo —contestó él, impasible, pero en sus ojos verdes parpadeó un destello que Nicolle interpretó como un desafío oculto.
Ella se reclinó un poco, con aire teatral.
—Última pregunta de la ronda trivial: ¿Película favorita? —preguntó Nicolle, alzando la barbilla con picardía, convencida de que al fin lo pondría contra las cuerdas.
Iván la miró en silencio durante unos segundos eternos. Luego, con la calma que parecía su marca registrada, respondió:
—No tengo.
Nicolle lo miró como si acabara de confesar un crimen.
—¿Cómo que no tiene? ¡Todo el mundo tiene una!
—No necesito perder horas frente a una pantalla para llenar vacíos.
Ella soltó una risa incrédula, negando con la cabeza.
—¿Sabe qué? Eso no es normal. Hasta los más ocupados, fríos y calculadores tienen una película favorita. ¿Ni una sola? ¿Ni siquiera de niño?
—Ninguna —reafirmó sin pestañear.
Nicolle bufó y lo señaló con dramatismo, como si estuviera dictando sentencia:
—Definitivamente, usted necesita terapia urgente.
Iván alzó apenas una ceja, impasible.
—O quizá soy más selectivo de lo que imagina.
Ella rodó los ojos y, al ver que no iba a sacar nada más de él, suspiró teatralmente.
—Bueno, alguien en esta mesa tiene que tener algo de corazón, así que diré la mía. —Se mordió el labio, titubeando—. No me juzgue… pero mi película favorita es Orgullo y prejuicio.
El silencio de Iván fue inmediato, pesado, como si la estuviera diseccionando con la mirada. Nicolle, nerviosa, se apresuró a justificar:
—Ya sé, ya sé… es cursi, romántica, lenta, todo lo que usted seguramente desprecia. Pero me encanta. —Sonrió con un dejo tímido—. Supongo que siempre he creído que, incluso cuando dos personas parecen opuestas, pueden encontrarse a mitad de camino.
La mirada de Iván se sostuvo en ella más de lo necesario. No dijo nada por unos segundos, pero la intensidad en sus ojos fue suficiente para hacerla ruborizar.
—Ya terminó su juego, señorita Volkova.
Ella lo miró con un brillo desafiante en los ojos.
—No era un juego, era una entrevista.
Iván entrelazó las manos sobre el escritorio y, sin apartar los ojos de ella, bajó la voz.
—Entonces, formule la pregunta que realmente quiere hacer.
Nicolle tragó saliva, pero no retrocedió.
—¿Qué está dispuesto a dar a cambio de que yo acepte su… oferta?
El aire en la oficina se volvió más denso. Iván inclinó el torso hacia adelante, clavando en ella esa mirada implacable que parecía diseccionarla.
—Todo lo que necesite. Seguridad. Estabilidad. Recursos. Usted nunca volverá a preocuparse por nada material.
Nicolle tragó saliva. Ese “todo” sonaba más frío que reconfortante, como si viniera envuelto en cadenas invisibles.
—¿Y sentimientos? —preguntó en voz baja, casi temiendo la respuesta.
Iván no pestañeó.
—Eso nunca estuvo sobre la mesa.
El silencio que siguió fue intenso, casi insoportable. Nicolle se removió en la silla, jugando con sus manos. No sabía si enfadarse, reírse o salir corriendo.
—Pues, señor Moretti… —dijo al fin, con un brillo sarcástico en los ojos—, si yo fuera usted, rezaría para que mi currículum fuera lo bastante atractivo para que acepte.
Iván esbozó algo que apenas rozó la idea de una sonrisa.
—De eso estoy bastante seguro.







