El sonido del reloj de pared fue lo único que se escuchó durante unos segundos. El silencio se extendía en la oficina, elegante y minimalista. Nicolle se removió en la silla, tratando de ignorar la manera en que el aire mismo parecía más denso cuando él estaba cerca.
—Digamos que… quiero entender exactamente qué significa su propuesta antes de que alguien termine con un anillo y una crisis de identidad —dijo con una media sonrisa que intentaba ocultar sus nervios.
Una comisura de los labios de Iván se movió apenas, casi una sombra de sonrisa.
—Entonces, será mejor explicarlo con claridad.
Abrió la carpeta frente a él, deslizando hacia ella un documento impreso, grueso, con letras pequeñas y márgenes estrechos.
Nicolle lo miró como si acabara de ponerle un testamento sobre la mesa.
—¿Eso es el contrato? —preguntó, arqueando una ceja.
—El borrador —aclaró él—. Todo puede revisarse… dentro de los límites razonables, claro.
Ella tomó el documento, hojeando algunas páginas con curiosidad.