El café de la mañana estaba helado sobre la mesa, olvidado hacía rato. Nicolle caminaba de un lado a otro en su pequeño departamento, repasando una y otra vez la entrevista del día anterior.
La seriedad de Iván. Sus preguntas incisivas. Sus ojos verdes, fijos en ella, como si hubiera estado bajo una lupa todo el tiempo.
—Ese hombre… —murmuró en voz baja, tocándose el pecho.
—¡Ese hombre, ese hombre! —repitió la voz chillona de Toby desde la jaula.
Nicolle soltó una risita nerviosa. Se acercó y acarició suavemente la jaula.
—Sí, Toby… ese hombre. Todavía no logro entender qué buscaba exactamente. ¿Por qué tantas preguntas personales? ¿Por qué me hizo sentir como si pudiera verme por dentro? y aunque no quiera admitirlo, necesito ese trabajo. O de lo contrario, ambos terminaremos en la calle.
Toby sacudió sus plumas y ladeó la cabeza, como si entendiera. Toby había sido originalmente de Adrián, su exmarido, pero al separarse, Nicolle no tuvo corazón para dejarlo atrás, se había convertido en su hijo. Ahora, de alguna forma, era su única compañía constante.
Unos golpes en la puerta la sacaron de su ensimismamiento.
—¿Quién será ahora? —masculló, caminando hacia la entrada con pasos perezosos.
Al abrir, se encontró con Adrián Keller.
Vestía jeans y una camisa clara, con las mangas arremangadas. Tenía esa sonrisa tranquila que siempre había sabido usar como su mejor arma. En las manos, sostenía una pequeña caja de cartón.
—Hola, Nicolle —dijo, con esa voz cálida que usaba como caricia—. Vengo por una caja de herramientas que dejé aquí… y pensé que quizás te gustaría esto —Abrió la caja y reveló una tarta de limón, su postre favorito.
Nicolle se enderezo y negó la cabeza casi de inmediato, sin darle entrada a malas interpretaciones.
—Adrián… no hacía falta.
Él bajó la mirada un segundo y luego volvió a alzarla con ternura.
—Siempre hace falta. Sé que es tu preferida… y, bueno, quería saber cómo estás.
Nicolle respiró hondo y se apartó para dejarlo pasar.
—Cinco minutos, nada más —no respondió a su comentario, porque sabía que eso significaba darle un punto a favor, y esos ya los perdió hace año.
Adrián entró despacio, como quien pisa un recuerdo que aún duele. Sus ojos recorrieron el departamento con esa mezcla de nostalgia y anhelo contenida.
—Sigue oliendo a café por las mañanas —murmuró casi en un susurro, como si hablara más para sí mismo que para ella.
Nicolle se mantuvo erguida, aunque la tensión le apretaba el pecho.
—Adrián… ¿qué quieres realmente?
Él tomó la caja de herramientas del rincón, pero no avanzó hacia la puerta. La sostuvo un instante y luego la dejó suavemente en el suelo, girándose hacia ella.
—No vine a incomodarte. Pero antes de irme, quería saber si necesitas algo. Esa gotera del baño todavía sigue, ¿verdad? Podría arreglarla. O el bombillo de la sala... recuerdo que se había fundido.
Nicolle negó con la cabeza, tajante, intentando cortar la cercanía antes de que germinara.
—No necesito nada, gracias.
Adrián sonrió con esa mezcla dolorosa de tristeza y esperanza que siempre la desarmaba.
—¿Estás comiendo bien? ¿Durmiendo bien? Yo sé que ya no tengo derecho a preguntar, Nicolle… pero no puedo dejar de preocuparme por ti.
Un nudo se le formó en la garganta. Esa era la parte cruel: él todavía sabía cómo tocar las fibras que alguna vez habían sido suyas.
—No deberías preocuparte —dijo ella al fin, bajando la mirada para protegerse—. Ya no soy tu esposa.
Él dio un paso adelante. No la rozó, ni siquiera invadió del todo su espacio, pero su sola presencia la envolvió como una sombra.
—Quizá no legalmente. Pero en mi corazón… todavía lo eres.
Las palabras la golpearon como un eco de lo que alguna vez soñó escuchar, pero ahora sabían a hierro. Nicolle apretó los labios, obligándose a no ceder.
—No digas eso. No después de lo que hiciste.
Adrián bajó los hombros, con un suspiro cargado de remordimiento.
—Lo sé. Te fallé. Y no hay un solo día en que no lo lamente. Pero si me dieras una oportunidad… te juro que no volvería a cometer el mismo error.
Un chillido repentino quebró la tensión. Desde su jaula, Toby agitó las alas y gritó con voz chillona:
—¡No, no, no! ¡Fuera, fuera!
El aire se cortó por un segundo, y Nicolle soltó una sonrisa amarga.
—¿Lo ves? Hasta Toby sabe que no hay vuelta atrás.
Adrián intentó reír, pero solo consiguió que el dolor se le dibujara más en los ojos; Nicolle sabía que esto era lo que buscaba, imitar su papel de hombre ejemplar, venderle esa idea antigua que había sembrado en ella hasta hacerle olvidar sus gritos, malos tratos, celos descontrolados e infidelidades.
—No voy a dejar de intentarlo, Nicolle. Nunca. Porque sé que, en el fondo, todavía hay algo de nosotros aquí.
Ella abrió la boca para responder, pero tres golpes secos en la puerta la hicieron congelarse. Nicolle dio un respingo, y Adrián se giró, frunciendo el ceño.
—¿Esperas a alguien? —preguntó con un dejo de suspicacia y ella nego.
Al abrir, el aire se le cortó en seco.
Iván Moretti estaba allí.
Llevaba un abrigo largo de lana gris oscuro que caía con peso sobre sus hombros anchos, y unos guantes de piel negra que recién se había quitado, aún en una de sus manos. El contraste con su porte erguido y la firmeza de sus gestos le daba un aire casi inaccesible, como si la distancia entre él y el resto del mundo fuese abismal.
Su rostro, tallado en líneas firmes y severas, mostraba una mandíbula poderosa y unos labios tensos que parecían incapaces de esbozar una sonrisa. Lo más desconcertante, sin embargo, eran sus ojos: un verde profundo, de brillo acerado, que parecían diseccionar cada detalle de la escena con fría precisión, pero que al posarse en Nicolle revelaban un destello de algo imposible de descifrar… ¿interés? ¿intriga?
El silencio del pasillo se impregnó de su presencia. No necesitaba alzar la voz ni mover un solo músculo: bastaba con estar allí para llenar el aire de autoridad.
Primero la miró a ella, como si todo lo demás se hubiese desvanecido. Luego, con un gesto apenas perceptible, reconoció la presencia de Adrián dentro, sin dedicarle una palabra. Su simple mirada bastó para establecer jerarquías invisibles.
El ambiente se volvió tan denso que Nicolle juraría que hasta Toby guardó silencio.
Iván habló al fin, con voz grave y cortante, cada sílaba resonando como una orden imposible de desobedecer:
—Señorita Volkova… necesitamos hablar.
Nicolle tragó saliva, con el corazón desbocado, atrapada entre dos mundos: el pasado que no dejaba de tocar su puerta y el presente que la miraba como si fuera su próximo destino.