Capítulo 4

Adrián se quedó paralizado al ver a Iván en el umbral. Lo recorrió de arriba abajo con una mezcla incómoda de curiosidad y desconfianza. Había algo en ese hombre, en su postura impecable y en la frialdad de su mirada verde, que le incomodaba profundamente.

—¿Y este quién es? —preguntó al fin, forzando una sonrisa que no lograba ocultar el filo de la sospecha.

Nicolle tragó saliva. La presencia de ambos hombres, uno del pasado y otro que apenas empezaba a irrumpir en su vida, la ponía contra las cuerdas.

—Es… un hombre con el que he estado saliendo —respondió, más rápido de lo que hubiera querido, como un reflejo para detener el escrutinio de Adrián.

Los ojos de Adrián se entrecerraron, incrédulos.

—¿Saliendo? —repitió, dejando escapar una risa breve, amarga, cargada de incredulidad—. Entonces explícame algo, Nicolle: ¿por qué te dice señorita Volkova como si apenas te conociera?

Nicolle apretó los dedos contra el marco de la mesa, buscando sostenerse. Respiró hondo, conteniendo el impulso de estallar.

—Porque apenas hemos tenido una cita. Es reciente.

Adrián giró lentamente la cabeza hacia Iván, con el gesto del que busca una grieta en la muralla del otro. Pero lo único que encontró fue un muro de acero. Iván sostuvo su mirada con una calma gélida, la barbilla ligeramente erguida, como quien no necesita alzar la voz para dejar claro quién tiene el control.

—Exacto —respondió Iván, seco, como un martillazo.

La tensión se volvió tan espesa que hasta el aire parecía detenerse. Toby, desde su jaula, lanzó un chillido inoportuno:

—¡Mentira, mentira!

Nicolle se volvió hacia el loro con ojos desorbitados, deseando que se callara, pero era demasiado tarde: la ironía había caído como sal en la herida. Adrián arqueó las cejas con un destello triunfal en la mirada, aunque su sonrisa era amarga.

—Ya lo ves —dijo en un susurro venenoso, sin apartar los ojos de Nicolle—. Hasta Toby lo pone en duda.

Ella apretó los labios, sintiendo cómo la sangre le hervía en las venas.

—Adrián, basta. Esto no es tu asunto —escupió con una firmeza que sorprendió hasta a Toby, que repitió con voz chillona: ¡Basta, basta!

Adrián forzó una carcajada breve, como quien quiere mantener su aire dulce a pesar de haber sido golpeado en lo más profundo.

—¿Dónde se conocieron, entonces? —preguntó, todavía aferrado a la ilusión de control, sin ninguna intención de soltar el hilo.

Iván inclinó apenas la cabeza, sus ojos verdes examinaron a Adrian con un destello helado y hastiado.

—En un evento —respondió con voz grave, cortante, como si cada palabra fuese un sello de clausura sobre la conversación.

Adrián se quedó sin réplica por un instante. El contraste entre su tono amable y la dureza implacable de Iván llenaba la habitación de un choque eléctrico. Y Nicolle, atrapada en medio, no podía evitar sentir que algo había cambiado de forma irreversible. Entonces, volvió a hablar con un dejo de dolor.

—¿Tan fácil pasas página?

—No tengo nada que explicarte —repitió ella, con dureza—. Tú perdiste ese derecho el día que me fallaste.

Las palabras se clavaron como cuchillas. Adrián bajó la mirada por un segundo, intentando recomponerse. Fingió una sonrisa cargada de nostalgia.

—Yo solo…me preocupo por ti.

—No lo necesitas hacer —replicó ella, tajante, cruzando los brazos.

Un silencio incómodo cubrió la sala. Iván, que hasta ahora había permanecido como un espectador imperturbable, dio un paso hacia adelante. Su presencia llenó el espacio con una autoridad difícil de ignorar.

—Será mejor que nos deje solos. Necesito hablar con la señorita Volkova.

No hubo titubeo en su tono, ni rastro de cortesía. Adrián lo miró con incomodidad, como si quisiera desafiarlo, pero el peso de esa voz y la firmeza de su postura lo empujaron a ceder. Tomó la caja de herramientas en silencio y se dirigió a la puerta.

Antes de salir, lanzó una última mirada a Nicolle, como un ruego callado. Pero ella no respondió. El portazo que siguió sonó más a derrota que a enojo.

Cuando el eco se extinguió, el departamento quedó en un silencio denso. Iván se volvió hacia ella, aún con el mismo semblante impenetrable. Y Nicolle supo que, de una forma u otra, ese encuentro iba a cambiarlo todo.

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