Capítulo 6

Nicolle se quedó petrificada, las palabras cayeron sobre ella con el peso de una sentencia.

—¿Su… esposa? —repitió en un hilo de voz, con la garganta seca, como si necesitara confirmarlo porque su cerebro se negaba a aceptarlo.

Iván no pestañeó. Ni una arruga en su gesto, ni un temblor en su tono. La quietud de su rostro era casi inhumana, como una máscara tallada en mármol.

—Exacto.

El corazón de Nicolle dio un salto y luego empezó a latir desbocado. Soltó una risita nerviosa, una que sonó más a incredulidad que a diversión.

—¿Está… bromeando? Porque si lo está, déjeme decirle que tiene un sentido del humor bastante torcido.

Iván sostuvo su mirada con la misma firmeza con la que se sostiene una espada: sin titubeos, sin grietas. Su ceja apenas se arqueó, un gesto tan mínimo que, sin embargo, bastaba para imponer respeto.

—No bromeo. Nunca pierdo tiempo en eso.

Nicolle parpadeó, y un atisbo de indignación coloreó su rostro.

—Yo fui a una entrevista de trabajo, no a una audición para… matrimonio.

El silencio que siguió fue breve, pero cargado como el aire antes de una tormenta. Iván ladeó apenas la cabeza, como quien observa una pieza delicada bajo la luz para evaluar su pureza. Sus dedos tamborilearon una sola vez contra su rodilla antes de entrelazarse de nuevo, mostrando un autocontrol férreo.

—Eso fue exactamente lo que fue, señorita Volkova. Usted creyó postularse a un puesto, pero en realidad estaba siendo evaluada para algo más.

El estómago de Nicolle se contrajo.

—¿Algo más?

Iván e inclinó levemente hacia adelante, su sombra proyectándose sobre ella como si lo envolviera todo.

—Mi vida.

Nicolle lo miró boquiabierta, sus labios entreabiertos sin saber si reírse o correr.

—¿Su vida?

Él no apartó la mirada.

—Una esposa no es un adorno —explicó con la calma fría de un negociador acostumbrado a cerrar tratos millonarios—. Representa estabilidad, proyección, equilibrio. Una figura pública se construye con piezas firmes. Y usted… encajó en los requisitos.

—¿Requisitos? —casi escupió la palabra, llevándose una mano al pecho como si necesitara protegerse—. ¿Qué soy, una lista de características en un catálogo?

Los labios de Iván se curvaron apenas, no en una sonrisa, sino en una mueca enigmática que destilaba más poder que simpatía. Su mirada descendió un segundo hasta sus manos y luego regresó a ella, fija, cortante.

—No un catálogo. Una solución.

Nicolle soltó una carcajada incrédula, aunque la tensión en sus hombros delataba el peso que sentía.

—¿Y se da cuenta de lo absurdo que suena? ¿Buscar esposa como si buscara un asistente personal?

Iván entrecerró los ojos, inclinándose apenas hacia atrás en el sillón.

—No confunda absurdo con eficiente.

—¿Y si le digo que está loco?

Él se recostó en el respaldo del sillón, sin perder un ápice de compostura.

—Lo he escuchado antes. Curiosamente, siempre de personas que después terminan admitiendo que yo tenía razón.

Nicolle apretó los labios, frustrada. Se levantó apenas, como si el movimiento pudiera darle control.

—Esto es absurdo. ¿Casarme con un hombre que apenas conozco? ¿Por qué yo, entre tantas?

Iván no se inmutó. Entretejió los dedos, apoyando los codos sobre sus rodillas.

—Porque usted no fingió. No adornó sus respuestas. Fue sincera. Ayudó cuando podía no hacerlo. Y… —la miró con esa intensidad que parecía desarmar cualquier defensa— soportó preguntas que a cualquiera habrían hecho salir huyendo.

Ella tragó saliva, sintiendo el calor subirle al rostro con más intensidad.

—Eso no significa que esté lista para ser… la señora Moretti.

Él asintió despacio, como si estuviera evaluando su reacción con cada palabra.

—No he dicho que lo esté. Solo que fue seleccionada.

—¿Y se supone que debo decir que sí, solo porque usted lo decidió?

Un destello casi burlón brilló en sus ojos, aunque su tono siguió siendo cortante.

—No suelo aceptar un no como respuesta.

Ella se llevó una mano a la frente, soltando una carcajada nerviosa.

—¡Dios! Usted de verdad está mal de la cabeza.

Iván se encogió de hombros con una serenidad desconcertante.

—Quizá. Pero funciona.

Nicolle lo observó, sintiendo que las paredes de su propio departamento se cerraban sobre ella.

—Esto es una locura. Yo… no puedo.

Iván se puso de pie. Caminó despacio, sin prisa, inspeccionando una planta en la esquina, el marco de una foto sobre la mesa. Luego volvió la mirada hacia ella.

—Piénselo, señorita Volkova. No le hablo solo de compartir un apellido. Le hablo de seguridad. Estabilidad. Beneficios que, créame, cambiarían su vida.

Los ojos de Nicolle se abrieron, como si esas palabras la hubieran abofeteado.

—¿De qué me está hablando?

—Económicos. Sociales. Todo lo que hoy le falta, podría tenerlo conmigo. —Su voz fue grave, cortante, sin titubeos—. A cambio de cumplir un rol que, al final del día, ya desempeña sin darse cuenta: ser alguien íntegra.

Nicolle no supo si reír o llorar.

—Así que esto es… un trato. ¿Una especie de contrato de conveniencia?

Iván no lo negó. Solo sostuvo su mirada con la fuerza de alguien que no conoce los nervios.

—Puede verlo así, si le ayuda a entenderlo.

El silencio volvió a caer entre ellos, y ella sintió cómo la respiración le temblaba en los labios.

—No sé qué decir…

—No diga nada todavía —replicó él, abrochándose lentamente los guantes de piel que había dejado sobre la mesa—. Solo piense qué sería más difícil: aceptar, o negarse y continuar con lo poco que tiene.

Nicolle abrió la boca para responder, pero solo logró soltar un suspiro entrecortado.

—Usted es imposible.

—También me lo han dicho —contestó Iván, con esa calma que parecía grabada en piedra. Y entonces, la miró directo a los ojos. Esa mirada suya, dura, insondable, que parecía más una sentencia que una invitación —Pero difícilmente encontrará una oferta mejor.

El silencio que quedó fue tan espeso que hasta Toby, en su jaula, giró la cabeza con un chillido curioso, como si supiera que algo irrevocable acababa de marcarse en ese instante.

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