Las últimas veinticuatro habían sido un suplicio. Nicolle apenas había dormido, atrapada en un vaivén de pensamientos que se repetían como un eco insoportable. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a escuchar esa voz grave, implacable, diciéndole con una calma que rozaba lo cruel: “Fue seleccionada para ser mi esposa.”Había intentado convencerse de que era una locura, un delirio de poder de un hombre demasiado acostumbrado a que nadie le dijera que no. Pero la verdad era que la idea se le había incrustado en la cabeza como una espina imposible de arrancar. No era solo la propuesta en sí, sino lo que representaba: estabilidad, seguridad, un futuro distinto al que llevaba años persiguiendo sin éxito.Sin embargo, cada vez que pensaba en aceptar, la indignación le subía como un fuego. ¿Qué clase de mujer sería si se dejaba comprar de esa manera? Y, aun así, cuando miraba la cuenta bancaria, cuando recordaba las noches de angustia pensando en cómo salir adelante… esa espina giraba, girab
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