Capítulo 2

El sonido de los tacones de la recepcionista se perdió cuando volvió a salir, dejando tras de sí una bandeja de agua y pequeños aperitivos sobre la mesa auxiliar. Nicolle trató de relajar los hombros, aunque sabía que la calma duraría poco.

Iván no había desviado la vista de ella ni un segundo. Su libreta permanecía abierta frente a él, y cada tanto hacía una anotación breve, con una precisión casi quirúrgica.

—Sigamos —dijo finalmente, acomodándose en el asiento—. Tengo algunas preguntas más.

Nicolle tragó saliva. Había esperado preguntas sobre su experiencia laboral, sus habilidades técnicas… no aquello que parecía sacado de un interrogatorio íntimo.

—¿Sufre usted de alguna enfermedad crónica?

La pregunta la sacudió un poco, Nicolle parpadeó, aún procesándola.

—¿Cómo dice?

—Si tiene alguna enfermedad —repitió Iván, sin titubear—. O si hay antecedentes familiares de enfermedades genéticas que puedan transmitirse.

Ella abrió la boca, incrédula.

—Perdón, pero… ¿qué clase de entrevista de trabajo es esta?

Iván la observó con esa calma que la desarmaba y desconcertaba al mismo tiempo.

—Una muy particular. Respóndame.

Nicolle respiró hondo, tratando de no sonar demasiado molesta.

—No, no tengo ninguna enfermedad crónica. Y en mi familia, que yo sepa, nada que pueda preocupar.

Iván asintió, anotando algo en su libreta. El silencio se prolongó. Nicolle sintió el calor en su rostro, mezcla de nervios y de indignación. Finalmente, no pudo evitarlo:

» ¿Quiere saber también mi tipo de sangre? —preguntó con un dejo de sarcasmo.

El bolígrafo de Iván se detuvo. Alzó la vista y la miró con esa intensidad que la dejaba clavada en el asiento.

—Ya lo sé.

Nicolle lo miró, atónita.

—¿Qué…?

—A positivo. Lo confirmé junto con su historial médico y sus antecedentes.

Ella se quedó helada.

—¿Investiga a todas las candidatas de esta manera?

Nicolle no se sorprendió hace un momento cuando él supo su estado civil y pasatiempos, pero esto era otro nivel, era una invasión a su privacidad. Aunque fuera una empresa sumamente prestigiosa no les daba derecho a hurgar en su vida. Por otro lado, de verdad necesitaba este trabajo, por lo que tampoco permitió que eso la desarmara por completo.

—A todas —respondió él, sin dudar—. Como ya le mencioné anteriormente, la información es poder. Y la honestidad, una prueba. Quería saber si usted era transparente conmigo.

Nicolle apretó las manos sobre su regazo. Parte de ella quería levantarse y marcharse. Pero otra parte, una que no lograba controlar, sentía una corriente extraña bajo la piel. Había algo en la forma en que él la observaba, en esa severidad que escondía una chispa, apenas perceptible, de curiosidad… quizá de interés.

Iván suspiro y entrelazó las manos nuevamente.

» Ahora, señorita Volkova, ¿qué la motiva realmente a estar aquí? ¿Dinero? ¿Estatus?

La pregunta la golpeó en lo más profundo. Nicolle respiró hondo, intentando ordenar sus pensamientos.

—En realidad, un poco de todo. Busco nuevos horizontes y retos —dijo al fin, con la voz un poco quebrada—. Perdí muchas cosas en el pasado, pero aún quiero creer que puedo reconstruir mi vida. No es fácil, pero… quiero intentarlo y le prometo que aprendo rápido y estaré a su completa disposición para lo que necesite.

El silencio se extendió entre ellos, pesado, casi sofocante. Iván inclinó apenas la cabeza hacia un lado, observándola con atención. Luego su mano se paseaba en un vaivén por su barbilla, pensativo, como si sospechara cada palabra que había escuchado. Su mirada no la soltó, fija, intensa, hasta el punto de hacerla sentir desnuda frente a él.

Por primera vez en toda la entrevista, la severidad en sus ojos pareció quebrarse apenas, revelando una sombra de algo distinto. Interés. Aunque tan fugaz que Nicolle pensó haberlo imaginado.

Iván tomó su pluma, anotó algo más en la libreta con un movimiento medido y volvió a guardarla frente a él. Pero antes de bajar la vista del todo, sus labios se curvaron apenas en una mueca que no llegó a ser sonrisa. Era un gesto enigmático, imposible de leer, que la dejó aún más confundida.

Unos segundos después, la puerta se abrió nuevamente. La recepcionista entró, esta vez con una taza pequeña llena de frutos secos sobre un plato de porcelana. Se acercó hasta la mesa baja junto a Nicolle.

Y entonces ocurrió.

Un “tropiezo” mínimo. Un movimiento que, a simple vista, parecía torpe. El plato resbaló de sus manos, se estrelló contra el suelo y se rompió en mil pedazos. Los frutos secos rodaron por la alfombra.

—¡Oh, lo siento muchísimo! —exclamó la joven, llevándose la mano a la boca.

Nicolle se levantó de inmediato.

—No se preocupe —dijo con calma. Se arrodilló y comenzó a recoger los pedacitos más grandes de porcelana, apartándolos con cuidado para que nadie se cortara. Luego ayudó a juntar las almendras y nueces que habían rodado bajo la mesa.

La recepcionista se inclinó también, agradecida, aunque sus ojos parecían ocultar un propósito mayor que solo Ivan y ella sabían.

—Gracias… qué vergüenza, de verdad.

—No es nada —respondió Nicolle con una sonrisa amable—. Son accidentes, ¿verdad?

La joven asintió y salió con los restos en la bandeja.

Nicolle regresó a su asiento, limpiándose discretamente las manos en un pañuelo.

Solo entonces notó que Iván no se había movido ni un centímetro. Había observado todo, en silencio absoluto. Su expresión seguía siendo severa, impenetrable, pero en sus ojos había un destello diferente, como si confirmara algo que buscaba.

Él volvió a escribir una nota rápida en la libreta. El sonido de la pluma sobre el papel retumbó en el silencio. Nicolle tragó saliva, nerviosa, intentando descifrar qué estaría apuntando.

Finalmente, Iván levantó la mirada hacia ella. Su semblante era el mismo: enigmático, impenetrable, casi intimidante. El aire entre ambos se volvió pesado, eléctrico. Nicolle desvió la vista, intentando serenarse, sin saber que acababa de superar la primera de muchas pruebas.

Su mirada, tan penetrante como siempre, la sostuvo por unos instantes más que parecieron eternos. Nicolle abrió la boca, dispuesta a preguntar si necesitaba otra cosa, pero él habló primero.

—Eso es todo.

Ella parpadeó, desconcertada.

—¿Perdón?

—Ya puede retirarse, señorita Volkova —repitió con un tono neutro, como si dictara una orden y no una despedida.

Nicolle sintió un nudo en la garganta. Se levantó despacio, con las manos entrelazadas, intentando descifrar qué significaba todo aquello. No había habido una sola pregunta sobre el puesto, sobre el trabajo, nada de lo que había esperado.

Iván volvió a fijar su vista en la libreta, como si ella ya no existiera en la sala. Su indiferencia la desarmó por completo.

—Gracias por su tiempo —murmuró ella, haciendo una leve inclinación de cabeza antes de dirigirse a la puerta.

Él no respondió. Solo el silencio absoluto y el roce del papel bajo la pluma acompañaron su salida.

Cuando Nicolle cruzó el umbral y la puerta se cerró tras ella, Iván dejó escapar apenas una exhalación, leve, imperceptible. Y en sus ojos se encendió esa chispa contenida, confirmando lo que no había dicho en voz alta: aquella mujer podría ser exactamente lo que buscaba.

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