Inicio / Mafia / Bajo el juramento de sangre / Capítulo 12 — Donde el silencio se convierte en fiebre
Capítulo 12 — Donde el silencio se convierte en fiebre

Sandro

Ella se fue a otra habitación.

Sin volverse.

Y yo, me quedo aquí.

Solo.

Plantado en este silencio denso que dejó atrás.

El silencio... no es una ausencia.

Es un veneno.

Me roe por dentro, me aprieta la garganta, me clava garras en el vientre. Se insinúa por todas partes entre mis nervios, en mis venas, en el hueco de mis sienes. Y cuanto más intento ahuyentarlo, más se aferra.

Ella se llevó todo.

El aire.

La lógica.

La coherencia.

Y lo que dejó... es esto. Este vacío ardiente. Este abismo que me traga segundo tras segundo.

Aprieto las mandíbulas. Los puños. Los dientes.

Todo lo que todavía puedo controlar.

Pero por dentro...

Todo. Se desmorona.

Ella ha ganado.

No esta batalla.

No un duelo carnal.

No.

Yo.

Ella me rompió sin una palabra más alta que la otra.

Me sometió sin tocarme.

Me hizo un animal enjaulado, hambriento, tenso, incapaz de encontrar una salida a esta rabia sorda, a esta frustración que me consume.

Y odio eso.

La odio.

Odio este dominio que tiene sobre mí.

Odio esta quemadura que dejó en mis labios, en mi piel, en mi cabeza. Ella está en todas partes. Cada rincón de la habitación rezuma su nombre. Cada latido de mi corazón pulsa a su ritmo. Incluso mi ira... ya no es mía. Es la suya. Es ella.

Quiero romperlo todo. Arrancar estas paredes. Explotar.

Quiero seguirla.

Quiero empujarla contra esta pared, pegar mi boca a la suya, hacerle tragar esa sonrisa insolente, recuperar lo que me robó.

Pero no me muevo.

Estoy paralizado.

Inmovilizado por esta tensión que no sé cómo disolver.

Cierro los ojos.

Y la veo.

De nuevo.

Ella. Su espalda desnuda. Su nuca expuesta. Este silencio lleno de desafío. Esta calma insoportable, mientras yo, temblaba de rabia, de falta, de deseo.

Ella no cedió.

Y sin embargo, fui yo quien se desnudó.

Ella no me quitó nada.

Pero me arrancó todo.

Mi calma. Mi control. Mi superioridad.

Paso una mano por mi cabello, brutalmente. Tengo la sensación de que mi piel va a estallar. Que algo dentro de mí va a explotar.

Hago las mil y una vueltas. Giro en círculos como una bestia encerrada. Golpeo con el puño contra la pared.

El cemento absorbe el impacto. Me da igual.

Mi palma sangra.

Me da igual.

Ni siquiera siento el dolor.

Lo que siento es la falta.

La falta de ella.

La mordida de su ausencia.

La mordida de su beso arrancado demasiado pronto.

La mordida de su poder.

Me dejó a flor de piel.

Como un hombre al que han calentado con un hierro candente... y luego abandonado a su propia fiebre.

Me desplomo sobre el borde del escritorio, jadeando, la frente contra mis brazos. Mi respiración es entrecortada, dolorosa. Nada me alivia. Nada es suficiente. Tengo todo.

El dinero.

El poder.

Las armas.

Pero no a ella.

Y eso... me vuelve loco.

Ella me susurró una frase.

Un murmullo en el oído.

Una aguja envenenada.

—Descansa, Sandro. Lo vas a necesitar.

¿Necesitar para qué?

¿Para sobrevivir a ella?

¿Para aguantar el próximo golpe?

¿Para resistir en el momento en que decida, quizás, entregarse?

¿O peor... en el momento en que elija a otro?

Ese pensamiento me desgarró.

Gruño, abro violentamente el cajón del mueble. Busco algo. Un arma. Un vaso. Un cigarrillo. Una salida.

Pero no hay nada.

Nada lo suficientemente fuerte para ahogar a Alba.

Ella está aquí.

En cada rincón.

En el olor de su piel en mis dedos.

En la tensión de mis músculos.

En el hueco de mis riñones, en este fuego que no puedo apagar.

Ella está aquí en mi garganta.

En mi pecho.

Y sobre todo... en mi cabeza.

Gira, rasguña, se impone, como una fiebre que no quiere ceder.

Estoy de rodillas.

No físicamente. No aún.

Pero mentalmente... he flaqueado.

Y me odio por eso.

No soy un hombre que se manipula.

No soy un hombre que se deja.

No soy de ella.

No soy de nadie.

Pero esta noche... esta maldita noche... ya no puedo repetírmelo sin temblar.

Me arrastro hasta el sofá.

Me desplomo sobre él. Los brazos abiertos. La respiración entrecortada.

Miro el techo, vacío.

Cierro los ojos.

Y ella vuelve.

De nuevo.

Y de nuevo.

Y de nuevo.

Su risa.

Su voz.

Su boca contra la mía.

Su manera de detenerme.

De mantenerme a distancia.

De jugar conmigo como si yo fuera una presa y ella, la cazadora.

Gruño. Golpeo el cojín. Me levanto. Giro. Me siento de nuevo.

Soy incapaz de mantenerme quieto.

Soy incapaz de pensar en otra cosa.

Ella me ha encerrado en esta noche.

Y he perdido la llave.

La odio.

La quiero.

Y me odio por quererla tanto.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP