Sandro
Ella se fue a otra habitación.
Sin volverse.
Y yo, me quedo aquí.
Solo.
Plantado en este silencio denso que dejó atrás.
El silencio... no es una ausencia.
Es un veneno.
Me roe por dentro, me aprieta la garganta, me clava garras en el vientre. Se insinúa por todas partes entre mis nervios, en mis venas, en el hueco de mis sienes. Y cuanto más intento ahuyentarlo, más se aferra.
Ella se llevó todo.
El aire.
La lógica.
La coherencia.
Y lo que dejó... es esto. Este vacío ardiente. Este abismo que me traga segundo tras segundo.
Aprieto las mandíbulas. Los puños. Los dientes.
Todo lo que todavía puedo controlar.
Pero por dentro...
Todo. Se desmorona.
Ella ha ganado.
No esta batalla.
No un duelo carnal.
No.
Yo.
Ella me rompió sin una palabra más alta que la otra.
Me sometió sin tocarme.
Me hizo un animal enjaulado, hambriento, tenso, incapaz de encontrar una salida a esta rabia sorda, a esta frustración que me consume.
Y odio eso.
La odio.
Odio este dominio que tiene sobre mí.
Odio es