La advertencia de Maximiliano sobre Sofía y la sensación constante de ser observados habían creado una atmósfera de nerviosismo latente en nuestras vidas. Intentábamos mantener la normalidad, disfrutando de los pequeños momentos de felicidad que encontrábamos, pero una sombra invisible parecía cernirse sobre cada uno de nuestros días.
Una tarde, mientras regresaba a mi apartamento después del trabajo, noté algo inusual. Al girar la esquina de mi calle, vi un grafiti burdo pintado con aerosol rojo en la pared de mi edificio.
Era mi nombre
CLARA
Tachado con una cruz grande y amenazante. Mi corazón dio un vuelco y un escalofrío recorrió mi espalda. Esto no era una coincidencia.
Me detuve en seco, sintiendo cómo la sangre se helaba en mis venas. Miré a mi alrededor, buscando alguna cara familiar, algún indicio de los guardaespaldas que Maximiliano había contratado. No vi a nadie. La calle parecía desierta, bañada por la luz anaranjada del atardecer.
Con el corazón latiéndome con fuerza e