Capítulo 64

Los días que siguieron a nuestra declaración de amor se envolvieron en una burbuja de dulce intimidad. Hablábamos más abiertamente de nuestro futuro, de esa casa con jardín que Maximiliano había mencionado tímidamente, de la posibilidad, lejana aún, de formar una familia. Era como si, al verbalizar nuestros sueños, los hiciéramos un poco más reales, un faro de esperanza en medio de la incertidumbre que aún nos rodeaba.

En el trabajo, la rutina continuaba, aunque ahora percibía una sutil diferencia. Encontré a Andrés esperándome en mi oficina una mañana. Andrés, mi querido amigo, con quién desde que lo conocí había tenido una conexión especial, una amistad genuina que valoraba mucho.

—Clara, qué gusto verte tan radiante —me dijo, su voz grave y autoritaria, pero con un tono cálido y sincero—. ¿Todo bien?

—Todo bien, Andrés —respondí con una sonrisa afectuosa, abrazándolo brevemente.

—Me alegra saberlo —continuó, apoyándose en el marco de la puerta—. He oído cosas muy buenas. Parece que
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