El almacén era un laberinto oscuro y frío, un vientre de sombras danzantes donde mis sollozos parecían rebotar y multiplicarse, haciéndome sentir aún más sola y miserable. Javier me había empujado a una pequeña oficina que olía a polvo rancio y olvido, la puerta cerrándose tras de mí con un golpe seco que resonó como el cierre de una tumba.
Intenté incorporarme, pero mis piernas se negaron a sostenerme, temblando como hojas en una tormenta. El dolor en mi mejilla, era un latido constante y punzante, era el recuerdo físico y brutal de la bofetada de Sofía. Me acurruqué en la esquina más alejada de la puerta, abrazándome con fuerza, buscando desesperadamente un poco de calor en este lugar donde la frialdad parecía emanar de las propias paredes.
¿Qué era lo que Sofía realmente quería? ¿Solo verme sufrir? Sus ojos inyectados en odio, sus palabras como astillas de hielo clavándose en mi piel, no presagiaban nada bueno. Lo fácil que había sido engañarme, mi propia ingenuidad y caer en su tr