La estrategia de evasión total que había implementado parecía tener la misma efectividad que un paraguas de encaje en un huracán. Los encuentros "casuales" con Maximiliano se habían convertido en una rutina inquietante. Aparecía en mis lugares favoritos para tomar café, en la librería a la que iba los sábados, incluso sospeché verlo un par de veces cerca de mi oficina. Era como si llevara un radar personal para detectarme.
La gota que colmó el vaso fue la "sorpresa" de Elena en un brunch al que Andrés y yo habíamos asistido por el cumpleaños de una amiga de Andrés, del cuál Elena se había enterado. Allí estaba Maximiliano, sentado a nuestra mesa como si fuera lo más natural del mundo, con una sonrisa radiante y un “¡Qué casualidad!" tan poco convincente que hasta el camarero rodó los ojos discretamente.
Estaba harta.
Necesitaba ponerle un freno a esta persecución antes de que terminara perdiendo los nervios en público. Aproveché un momento en que Elena estaba distraída parloteando co