El sol se oculta detrás de las montañas, tiñendo el cielo de un anaranjado cálido mientras me miro en el espejo del vestidor. El vestido de novia cubre mi cuerpo, ajustado a mi figura con una perfección que parece inalcanzable. Las manos tiemblan, pero no es por nervios, no exactamente. Es por una extraña sensación que ha estado rondando en mi pecho desde que este día comenzó. Aún no sé si es emoción, miedo o algo más profundo, algo que nunca he sabido nombrar.
Mis amigas me dicen que no me preocupe, que Adrián es el hombre perfecto. Y no puedo negarlo. Es inteligente, guapo, atento… y tiene una presencia que te atrapa sin esfuerzo, como una sombra que siempre te sigue. Pero a veces, cuando lo miro, hay algo en su mirada, algo que me hace sentir pequeña y vulnerable, como si hubiera algo oscuro en él que no logro descifrar.
—Elena, ¿estás lista? —me llama la voz de mi madre desde el pasillo.
Respiro hondo y trato de calmarme. Es el día más importante de mi vida. Mi matrimonio. Mi futuro. Y aún así, siento como si todo esto fuera una ilusión, una construcción perfecta hecha a medida para alguien más, pero no para mí.
Me miro una última vez, sonriendo a mi reflejo, intentando convencerme de que todo está bien. Salgo del vestidor, y en el pasillo me espera mi madre, vestida con un traje de alta costura que me hace sentir como si estuviera en un escenario.
—Estás increíble, hija —me dice, abrazándome con fuerza—. Este es el inicio de una nueva vida. Disfrútalo.
Yo asiento, aunque la palabra "disfrutar" me suena vacía. Este matrimonio ha sido planeado con una precisión quirúrgica, algo que ni siquiera sé si quiero. Pero no puedo dar marcha atrás. Ni siquiera cuando el pensamiento de huir me cruza fugazmente por la cabeza.
La ceremonia transcurre de manera impecable, como todo lo demás en esta vida que me han preparado. Las flores blancas, los invitados perfectos, las sonrisas falsas pero bien ensayadas. Todo está como debe estar. Todo, excepto él.
Adrián está allí, junto al altar, observándome como si fuéramos dos extraños destinados a conocerse en ese preciso momento. Él es todo lo que me prometieron que sería. Alto, con su impecable traje negro que resalta aún más su físico perfectamente esculpido, y esa sonrisa que parece tener el poder de encender toda la habitación. Todos los ojos están sobre nosotros, pero él no aparta la vista de mí. Y yo, aunque trate de resistir, no puedo evitar sentir que, en ese momento, algo más que amor se enciende entre nosotros.
La ceremonia termina, pero el ambiente se vuelve más pesado conforme avanza la recepción. Las copas de vino se alzan, los brindis suenan en todas direcciones, pero mis ojos solo están fijos en él. En Adrián. Su forma de moverse, su forma de mirar a las personas… No puedo evitar notar algo en su actitud que no concuerda con lo que esperas de un hombre que acaba de casarse.
Me encuentro con él varias veces durante la noche. En cada una de esas ocasiones, su mirada se mantiene fija en la mía, como si pudiera ver más allá de lo que soy. Como si supiera que hay algo que yo aún no comprendo de él. Pero no hay tiempo para pensar. Hay demasiados invitados, demasiados comentarios halagadores. Cada vez que me acerco a él, la tensión aumenta. Hay algo palpable en el aire, como si todos los demás fueran fantasmas alrededor de nosotros, y solo él y yo existiéramos en este momento.
Cuando finalmente nos quedamos a solas, en la habitación del hotel, la primera noche como marido y mujer, me siento más nerviosa que nunca. La luna brilla intensamente por la ventana, pero la habitación está envuelta en una calma tensa, tan espesa que casi puedo cortarla. Adrián está junto a la ventana, mirando hacia fuera, pero no puedo dejar de observarlo. No sé si quiero saber más sobre él, o si quiero huir lejos de su presencia, pero algo me detiene. Algo en su misterio, algo en su oscuridad.
Él me mira por encima del hombro, como si supiera lo que estoy pensando, y me lanza una sonrisa, esa misma sonrisa que me hace pensar que podría romperme por completo si no tengo cuidado.
—¿Te sientes bien? —pregunta, su voz baja y grave, arrastrando cada palabra.
—Sí —respondo, aunque mi voz suena más vacía de lo que quisiera—. Solo un poco cansada.
—No te preocupes, hoy todo está bien. Te prometo que no habrá sorpresas.
Las palabras suenan tranquilizadoras, pero hay algo en su tono, una chispa en sus ojos que me hace dudar de todo lo que acabo de escuchar. Lo siento. Lo siento profundamente en las entrañas.
Cuando se dirige hacia el baño, sus pasos resonando en el silencio de la habitación, aprovecho para ponerme el pijama y preparar todo para dormir. Sin embargo, no puedo evitar echar un vistazo al cajón donde guardó sus cosas. Algo dentro de mí me dice que tengo que ver qué hay allí. Algo no está bien. Algo que no puedo identificar.
Abro el cajón lentamente, y lo que encuentro me congela el corazón en el pecho. Un arma. Grande. Letal. Está perfectamente oculta entre unos papeles, pero no es el tipo de cosa que esperas encontrar en el hogar de tu esposo.
Mi respiración se acelera y me pongo de pie, mi cuerpo en alerta. ¿Qué significa esto? ¿Por qué tiene un arma en su posesión? ¿Qué clase de hombre es él realmente?
El miedo se enreda con el deseo, y por un segundo me quedo paralizada, mirando esa arma como si fuera la única verdad en este mundo.
Justo en ese momento, la puerta del baño se abre. Adrián entra en la habitación, y cuando me ve junto al cajón, su expresión se oscurece al instante. No hay sorpresa en su rostro, no hay enfado. Solo esa calma inquietante que me hace preguntarme cuántos secretos esconde.
Se acerca lentamente y se detiene a mi lado, mirando el arma en silencio. Finalmente, sus ojos se levantan hacia los míos, fijos, implacables.
—Espero que no te asustes fácilmente, Elena —dice, su voz suave, pero con un filo peligroso en cada palabra.
Mi corazón late con fuerza, pero lo peor de todo es que, aunque debería estar aterrada, hay algo dentro de mí que desea más respuestas. Y eso me asusta aún más.
Mis manos tiemblan al sostener la pistola en el cajón. La frialdad del metal me recuerda que no estoy soñando, que esto es real. Mi corazón late con fuerza, martillando en mis oídos mientras mi cuerpo se paraliza por un momento. El aire se ha vuelto denso, pesado. Como si cada molécula de oxígeno estuviera presionando contra mi pecho, incapaz de escapar. Estoy atrapada en una trampa que ni siquiera sabía que existía.
Adrián no se mueve. Su mirada está fija en la pistola, y no puedo leer nada en su expresión. No hay furia. No hay arrepentimiento. Solo esa calma que me hace sentir como si estuviera ante una tormenta que aún no ha estallado. La atmósfera se vuelve densa, cargada con una tensión que me arde en la piel. La pregunta que no me atrevo a hacer está flotando en el aire, llena de posibilidades, como un monstruo esperando a salir.
¿Quién eres, Adrián?
Mi voz, al fin, se libera de la niebla que me había envuelto.
—¿Por qué tienes esto? —pregunto, tratando de mantener la calma, aunque mis palabras suenan más frágiles de lo que quisiera.
Él no responde de inmediato. En lugar de eso, da un paso hacia mí, y mi instinto me dice que no debo retroceder. Estoy atrapada. No puedo escapar de él, de su presencia que siempre ha estado allí, envolviéndome de una manera que ni siquiera sabía reconocer hasta ahora. Cada paso que da hacia mí lo siento en mi interior, una presión creciente que me amenaza con aplastarme.
Finalmente, Adrián habla, su voz baja y profunda, como siempre, pero ahora hay algo más en ella. Algo que me congela.
—Porque, Elena, el mundo no es tan bonito como lo pintan las novelas. No todo está lleno de sonrisas, promesas y caricias. Algunos de nosotros… necesitamos herramientas para sobrevivir.
Mis ojos se quedan fijos en los suyos. Hay algo en su tono, algo que no puedo identificar, que me hace sentir como si estuviera ante una verdad mucho más aterradora de lo que había imaginado. Él no está disculpándose, ni siquiera justificándose. Está simplemente… explicando.
—¿Sobrevivir? —mi voz tiembla. Mis pensamientos giran como un torbellino en mi cabeza, buscando una salida, una lógica que me permita entender. Pero no la encuentro. No en sus palabras, no en sus ojos, ni en la quietud de la habitación.
Adrián se acerca aún más, y esta vez, su proximidad no me resulta reconfortante. Es como si algo oscuro se hubiera desatado en el aire, algo que no puedo controlar. Está demasiado cerca, y siento el peligro en cada uno de sus movimientos. Mi respiración se acelera, y mis manos, aún sujetando la pistola, comienzan a sudar.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí, Elena —dice en voz baja, con una intensidad que me eriza la piel. —Pero no te preocupes, no tienes que saberlas todas. No ahora. Tal vez nunca.
Mis ojos se clavan en los suyos, intentando encontrar algún vestigio de la persona en la que creí haberme casado. Pero no hay rastro de él. Solo queda el hombre frente a mí, enigmático, inquietante, implacable.
—¿Qué estás diciendo? —pregunto, mis palabras salen entrecortadas, mi mente luchando por procesar lo que está sucediendo.
Adrián no responde de inmediato. En cambio, sus ojos recorren mi rostro, como si estuviera buscando algo en mí, algo que no puedo ver. Su respiración se entrecorta apenas. Está cerca. Demasiado cerca. La tensión es palpable. En su mirada, hay una mezcla de lo que podría ser arrepentimiento, y algo más oscuro que no logro definir.
—Lo que estoy diciendo es que hay mucho más en esta historia de lo que puedes ver, Elena. Y si sigues mirando más allá de lo que crees entender, te arriesgas a perderte en un mundo que no sabes si podrás manejar.
Su voz es suave, pero las palabras golpean mi pecho como una ráfaga de viento. Me siento a punto de caer, pero no puedo apartarme de su mirada. No sé si debería estar asustada, furiosa o algo entre ambos. La confusión me ahoga, pero hay algo más en su presencia que me hace no querer soltarlo, algo peligroso y cautivador que me mantiene atrapada en su red.
El aire entre nosotros se carga de electricidad. Mis pensamientos están desordenados, pero mi cuerpo reacciona de una manera completamente distinta. Hay algo en su cercanía que me atrae, algo que va más allá de la lógica. Es un magnetismo oscuro, como una fuerza invisible que no puedo evitar.
—¿Qué eres, Adrián? —mi voz apenas es un susurro, pero las palabras salen de mi garganta sin poder detenerlas.
Él no responde de inmediato, pero sus ojos se oscurecen con una intensidad que me hace sentir como si estuviera a punto de ser consumida por él. Mi cuerpo se tensa, pero no me aparto. No puedo. Algo en mí se niega a retroceder.
Adrián da un paso hacia mí, y en su mirada hay algo que nunca había visto antes: una vulnerabilidad palpable, algo que no tiene lugar en este hombre que hasta ahora había sido inquebrantable. Su mano se extiende hacia mí, y por un momento, siento como si estuviera a punto de desmayarme bajo el peso de la incertidumbre que me aplasta.
—No soy el hombre que crees que soy, Elena. Pero eso no significa que no pueda ser el hombre que necesitas —dice en un tono suave, pero cada palabra golpea como un martillo.
Mi respiración se acelera aún más. ¿Necesito a alguien como él? La pregunta resuena en mi mente, pero no encuentro respuesta. Algo en su voz, en sus palabras, me hace pensar que hay mucho más de lo que puedo ver. Y por alguna razón, eso me asusta… pero a la vez me atrae.
Él toma mi rostro con suavidad, y por un segundo, todo el mundo desaparece. Es solo él y yo. En su toque, hay una sensación de posesión que me eriza la piel, pero no puedo apartarme. Mis ojos se clavan en los suyos, y por un momento, todo el miedo, toda la confusión, se desvanece.
—¿Estás dispuesta a quedarte, Elena? —susurra.
Sus palabras son suaves, pero las entiendo perfectamente. Esta es la pregunta que define todo. Y aunque sé que la respuesta podría significar más de lo que estoy dispuesta a arriesgar, no puedo evitar sentirme atraída por él, por la oscuridad que emana de él.
Por un momento, todo parece desvanecerse, dejando solo a Adrián y a mí, en este espacio donde nada es lo que parece.
—Sí —respondo sin pensarlo, y cuando la palabra deja mi boca, sé que ya no hay vuelta atrás.