El amanecer se filtraba por las cortinas de seda cuando Elena abrió los ojos. La habitación, antes un espacio que la hacía sentir atrapada, ahora le resultaba extrañamente familiar. Extendió su mano hacia el lado vacío de la cama, donde las sábanas aún conservaban el calor de Adrián. Se había levantado temprano, como siempre.
Elena se incorporó lentamente, observando su reflejo fragmentado en el espejo del tocador. Ya no era la misma mujer que había entrado a esta casa meses atrás, con sueños ingenuos y una sonrisa confiada. Sus ojos habían visto demasiado, su corazón había soportado más de lo que creyó posible.
Se levantó y caminó hacia el ventanal. Desde allí podía ver el jardín donde tantas veces había contemplado la posibilidad de huir. Ahora, ese mismo jardín le parecía un refugio, un espacio donde sus pensamientos podían ordenarse sin el peso de las decisiones inmediatas.
—La maleta está en el armario —murmuró para sí misma.
La había preparado tres días atrás, después de aquella