DEUDAS PELIGROSAS

La noche me envuelve en su quietud, y yo, incapaz de encontrar la paz, me retuerzo en la cama. Los recuerdos del día parecen perseguirme, como sombras que no puedo ahuyentar. La pistola en el cajón sigue siendo una pesadilla constante en mi mente. Cada vez que cierro los ojos, la veo, como un recordatorio de que algo en mi matrimonio no es lo que parece.

Miro el reloj en la mesita de noche: tres de la mañana. El silencio me aprisiona, y mi mente empieza a divagar, a buscar explicaciones lógicas para lo que no tiene lógica.

¿Quién es realmente Adrián? No puede ser el hombre dulce y atento que me llevó al altar, el hombre que me hace sentir tan querida y tan especial. No puede ser, no después de… eso. Después de ver el arma en su cajón, después de la frialdad en su mirada al decirme que el mundo no es lo que parece. Pero entonces, ¿quién es? ¿Qué clase de hombre guarda una pistola en su mesa de noche? Y, sobre todo, ¿por qué no me lo dijo? ¿Qué está ocultando?

Una oleada de ansiedad me recorre. El pensamiento de que tal vez me he casado con un desconocido me hace sentir mareada. La sensación de estar atrapada en una telaraña invisible, donde cada movimiento podría ser el último que me lleve a una verdad que no quiero conocer, me consume.

Me levanto de la cama con movimientos sigilosos. La habitación está en penumbra, solo iluminada por la luz tenue que se filtra a través de las cortinas. Mi respiración se acelera mientras me acerco al escritorio de Adrián. Todo está en su lugar, meticulosamente ordenado, como siempre. Pero mis ojos van directo al cajón donde encontré el arma. La puerta de su vestidor está cerrada, y yo me siento como una ladrona, robando en la intimidad de su mundo.

Mi mano tiembla mientras abro el cajón. No hay nada allí. Nada más que papeles, algunos bolígrafos y una agenda. Nada que indique la existencia de un hombre peligroso, ni siquiera una pista más. Pero eso no hace que mi corazón se calme. El vacío de ese cajón me deja aún más confundida. ¿Era una prueba para mi reacción? ¿Una forma de asustarme?

Vuelvo al vestidor, y el frío me recorre al pensar en lo que he hecho. No encuentro respuestas. Solo silencio. Adrián sigue durmiendo. Mi mente sigue dando vueltas, pero no consigo ningún sentido lógico a lo que he visto.

A la mañana siguiente, las dudas siguen clavadas en mi pecho. Adrián se muestra como siempre: atento, cariñoso, pero con una distancia que no logro entender. Sus gestos son tan perfectos, tan calculados, que me siento como una actriz en una obra que no comprendo.

Desayunamos en silencio, el sonido de la cafetera es lo único que interrumpe nuestra quietud. De repente, el teléfono de Adrián suena. Me detengo al escuchar el sonido familiar, pero él se apresura a levantarlo, llevándose el dispositivo rápidamente de su alcance. Algo en su gesto me hace sentir que he tocado una fibra sensible, pero no me atrevo a preguntar.

—¿Quién era? —le pregunto, tratando de sonar casual, pero mi tono no puede evitar sonar tenso.

Él me lanza una mirada fugaz, como si considerara mi pregunta. Luego, su rostro se suaviza, y su voz baja, casi con un tono de disculpa.

—Un cliente. Nada importante. —La respuesta parece cerrada, pero no me convence. No quiero presionarlo, pero la inquietud sigue creciendo en mi pecho.

La tensión sigue flotando entre nosotros, como una capa invisible que nunca se va. El Adrián de hoy no es el mismo que conocí. Sé que no puedo seguir ignorando lo que estoy sintiendo. Algo no está bien, y aunque quiero confiar en él, algo en mi interior me dice que no puedo.

En medio de mi tormenta interna, suena el timbre de la puerta. Adrián se levanta rápidamente para ir a abrir, y en su lugar, soy yo quien se queda parada, mirando la puerta como si tuviera miedo de que lo que venga detrás de ella sea otro rompecabezas del que no soy capaz de resolver.

Cuando veo quién ha entrado, mi corazón late con más fuerza, pero esta vez por una razón diferente. Es Camila, mi mejor amiga desde la universidad. Su presencia en mi hogar no debería sorprenderme, pero en este momento, todo lo que quiero es escapar. No quiero que ella me vea así, dudando de mi vida, pero aún así, la abrazo con fuerza.

—Elena, no me hagas esto —su voz es suave pero urgente. Hay algo en su tono que me hace parar.

—¿Qué pasa? —le pregunto, tratando de ocultar mi inquietud.

Ella me mira detenidamente, como si pudiera leer cada uno de mis pensamientos, como si fuera capaz de ver a través de la máscara que me esfuerzo por mantener.

—Hay rumores sobre Adrián —dice, sus ojos bajando hacia el suelo antes de mirarme nuevamente, como si lo que estuviera a punto de decirme le costara. —Escuché cosas, cosas que… no deberían ser ciertas.

Mi estómago se revuelca. Las palabras se estancan en mi garganta, y por un momento, no sé qué decir.

—¿Qué tipo de rumores? —mi voz apenas es un susurro, pero siento la urgencia de saber.

Camila da un paso hacia mí, su rostro serio, casi grave.

—Que él está involucrado en cosas oscuras, Elena. Que no es el hombre que crees. Hay más en él de lo que parece. No quiero asustarte, pero deberías saberlo.

Esas palabras se clavan en mi pecho con la fuerza de una revelación que me golpea con todo su peso. Las piezas comienzan a encajar, pero lo que veo no es lo que quiero ver.

—Camila, no sé qué estás diciendo… —mi voz suena a defensa, pero ni yo misma me lo creo.

Ella no responde, solo me mira con una mezcla de preocupación y tristeza. Mi amiga siempre ha sido mi confidente, pero ahora, incluso ella parece tener miedo de las sombras que se alzan alrededor de Adrián.

La conversación se interrumpe cuando escucho los pasos de Adrián acercándose. Mi estómago se aprieta.

—¿Quién es? —su voz resuena en el aire, firme, como si controlara cada palabra.

Camila se endereza, y antes de que pueda reaccionar, ella ya ha dado un paso atrás, saliendo por la puerta con una disculpa rápida. No me da tiempo para decirle nada, para explicarle que no sé qué hacer, que la ansiedad me consume.

Adrián me mira, sus ojos fríos, inquebrantables. Algo en su postura me hace sentir pequeña, vulnerable, como si fuera una presa a punto de ser cazada.

Cuando la puerta se cierra, la casa queda en silencio. Y entonces, no puedo más.

—¿Qué estás ocultando, Adrián? —mi voz tiembla, pero mis palabras son claras, como una súplica que no espero que responda.

Él se acerca lentamente, casi como si estuviera disfrutando de la tensión que se acumula entre nosotros. Mi corazón late con fuerza en mi pecho.

—No tienes que preocuparte, amor —responde en un susurro.

Sus manos se posan sobre mis hombros, y por un momento, la proximidad me hace olvidar el miedo que me consume.

—Lo que busques, solo tienes que preguntarme —susurra, acercándose aún más, hasta que nuestros rostros están a centímetros el uno del otro.

La calidez de su respiración me envuelve, pero sus palabras me golpean con la frialdad de un invierno que no puedo evitar.

Y entonces, siento que el abismo se abre bajo mis pies.

La cercanía de Adrián me hace sentir atrapada, pero no en el sentido en el que desearía estarlo. Hay una intensidad en su mirada, una frialdad que no puedo ignorar, que me hace cuestionar todo lo que creía conocer de él. La distancia entre su actitud encantadora y este silencio gélido es como un muro invisible que se alza cada vez más alto, separándonos en algo que no puedo definir.

Me obliga a dar un paso atrás, pero mis pies parecen pegados al suelo. La habitación parece encogerse mientras sus ojos siguen fijos en los míos. De alguna manera, todo se siente demasiado real, como si estuviera frente a una versión de él que nunca imaginé. No sé si mi confusión es más grande que mi miedo o si, simplemente, todo ha dejado de tener sentido.

El silencio entre nosotros crece, denso, palpable, hasta que él finalmente habla, su voz baja, casi un susurro.

—No busques respuestas donde no hay, Elena.

La forma en que dice mi nombre me estremece, y por un segundo, me siento como una niña atrapada, pero luego, el orgullo se alza en mí, y me obligo a mantener la mirada.

—No te estoy buscando, Adrián. Estoy buscando respuestas. Y eso, tú no me lo estás dando. —Mi voz es más firme de lo que esperaba, pero en el fondo, aún siento que algo en mí tiembla.

Él sonríe, una sonrisa que no llega a sus ojos, y se acerca aún más, hasta que sus labios quedan a escasos centímetros de mi oído. Su aliento cálido roza mi piel, y una sensación extraña se apodera de mí, como si esa cercanía fuera peligrosa.

—¿No crees que ya sabes todo lo que necesitas saber? —murmura, y la pregunta tiene más peso que cualquier afirmación. Mi piel se eriza, y de repente, la habitación se siente más pequeña, más sofocante.

Intento moverme, dar un paso atrás, pero él no me lo permite. Sus manos se posan con suavidad en mis brazos, y aunque su toque es delicado, hay una fuerza detrás de cada movimiento que me recuerda quién tiene el control en esta relación.

El miedo que siento no es solo miedo, es algo más profundo, algo que no puedo descifrar. El conocimiento de que él esconde algo me consume, y la incertidumbre se convierte en una presión insoportable que me aplasta el pecho.

Me aparto con un movimiento brusco, incapaz de soportar esa cercanía que ahora se siente peligrosa. El aire a mi alrededor se espesa, y mi respiración se acelera. Pero Adrián no se mueve, no reacciona, como si esperara algo de mí. ¿Qué espera?

—No entiendo, Adrián. Todo lo que haces me confunde. Me hiciste pensar que esto… que tú eres todo lo que necesito. —Mis palabras salen más desesperadas de lo que quería. Es como si, al decirlas en voz alta, me diera cuenta de que no estoy segura de lo que estoy diciendo. ¿Lo quiero? ¿Lo necesito?

Adrián da un paso hacia mí, y esta vez, hay algo diferente en su mirada. Algo que no puedo entender, pero que me cala hasta los huesos. Su rostro está más cerca del mío, pero no me toca. No necesita hacerlo. Hay algo en su presencia que me somete, que me obliga a quedarme quieta, a no moverme, a no cuestionar lo que no puedo controlar.

—Tú lo sabes, Elena. No todo en la vida es sencillo. No todo en este mundo es blanco o negro. Tú… —Se detiene un momento, sus ojos fijos en los míos, como si buscara algo más allá de lo que estoy dispuesta a mostrarle—. Tú solo tienes que confiar en mí.

El simple hecho de que me diga esas palabras me pone a la defensiva, y por primera vez desde que nos conocimos, siento que no sé nada de él, que he estado ciega todo este tiempo. La confusión que me invade se mezcla con una punzada de rabia. No sé en qué momento me convertí en una marioneta, pero ahora que lo sé, no puedo ignorarlo.

El silencio se hace más pesado mientras nos miramos, y por un momento, creo que puedo escuchar mis propios pensamientos, resonando como un eco en mi cabeza. La puerta cerrada, el cajón con el arma, las llamadas misteriosas, los rumores que me advirtieron sobre él… todo eso sigue flotando en el aire, como fantasmas que no se atreven a marcharse.

—No puedo… —susurro, mis palabras quebrándose en el aire. La frustración me consume. No puedo seguir adelante como si nada estuviera ocurriendo, pero tampoco puedo soportar la idea de perder lo que creía tener con él.

Adrián da un paso más, casi como si me retara, pero en lugar de tocarme, se queda a unos centímetros de mí, mirando hacia abajo, hacia mis labios, como si esperara que fuera yo quien diera el siguiente paso. Su cercanía me está matando, y aunque intento mantener la compostura, el deseo que se genera entre nosotros parece tan real y palpable como la tensión que nos separa.

—Lo que buscas está aquí, Elena —dice con suavidad, y sus palabras se sienten como una advertencia, un desafío. Sus labios están tan cerca que casi puedo sentir su calor. —Solo tienes que dejar de resistirte.

Mi respiración se detiene por un segundo. El deseo se mezcla con el miedo, y en ese momento, siento cómo cada parte de mi cuerpo se estremece, como si el simple acto de estar cerca de él pudiera destrozarme. Pero, al mismo tiempo, una parte de mí lo desea con una intensidad que me asusta.

—No puedo… —susurro, mis palabras vacías, porque lo sé: lo quiero. De alguna manera, lo quiero, aunque mi mente me grite que todo esto es un error.

Su mano se mueve lentamente hasta mi mejilla, y su toque es tan suave que me hace sentir vulnerable. Pero no me atrevo a retroceder. No ahora.

—Lo sé. Pero lo entenderás. Pronto lo entenderás todo.

Su voz es casi un murmullo, y mientras se inclina hacia mí, siento cómo todo se desacelera. Cada latido de mi corazón, cada respiración, todo se vuelve más agudo, más real. Y entonces, sus labios tocan los míos, suaves, exigentes, y en ese instante, todo el miedo, toda la confusión, se disuelven en la intensidad de ese beso. Pero no es un beso romántico. Es algo más. Es una promesa de algo más oscuro que no puedo entender.

Cuando se aparta, me quedo sin aliento, mi cuerpo temblando de una emoción que no puedo procesar. Sus ojos me miran, y puedo ver la certeza en ellos. Sabe que estoy atrapada, y lo peor es que, en el fondo, sé que también lo quiero.

—Recuerda lo que te dije, Elena —murmura con voz grave. —Lo que busques, solo tienes que preguntarme.

Y en ese momento, aunque mi mente grita que debo huir, mi cuerpo permanece quieto, atrapado entre lo que soy y lo que él quiere que sea.

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