El cielo nocturno se había convertido en un manto de tormenta. Los relámpagos iluminaban intermitentemente la casa de cristal y acero que ahora parecía una fortaleza sitiada. Elena observaba por la ventana, con los dedos presionados contra el frío vidrio, mientras la lluvia golpeaba con furia, como si quisiera advertirles del peligro inminente.
Adrián, a su espalda, cargaba metódicamente un arma. El sonido metálico del mecanismo resonaba en la habitación casi vacía.
—Llegarán en menos de veinte minutos —dijo él con una calma que contradecía la gravedad de la situación—. Ramírez ha traicionado nuestro acuerdo. No vendrá solo.
Elena se giró para mirarlo. Su esposo, aquel enigma que había resultado ser mucho más peligroso y complejo de lo que jamás imaginó, ahora parecía vulnerable. Una herida en su costado, resultado del enfrentamiento de la tarde anterior, manchaba su camisa blanca con un tono carmesí que se expandía lentamente.
—Necesitas atención médica —murmuró ella, acercándose.
—L