La luz del atardecer se filtraba por los ventanales de la mansión, tiñendo las paredes de un naranja dorado que contrastaba con la tensión que flotaba en el ambiente. Elena se movía inquieta por la habitación, revisando por tercera vez los documentos que había encontrado en el despacho de Adrián. Algo no encajaba. Las fechas, los nombres, las transacciones... todo apuntaba a una filtración interna.
—Tiene que ser alguien cercano —murmuró para sí misma, pasando los dedos por el borde de las hojas—. Alguien que tenga acceso a todo esto.
El sonido de la puerta principal abriéndose la sobresaltó. Guardó apresuradamente los documentos en el cajón y salió al pasillo. La figura de Marcos, el asistente personal de Adrián desde hacía cinco años, apareció en el vestíbulo. Su rostro, habitualmente afable, mostraba una expresión indescifrable.
—Señora Elena, no esperaba encontrarla aquí —dijo con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. El señor Adrián me pidió que recogiera unos documentos de su de