El grito quedó atrapado en mi garganta cuando desperté. Mi cuerpo empapado en sudor frío se tensaba bajo las sábanas de seda que ahora se adherían a mi piel como una segunda capa. La oscuridad de la habitación parecía respirar a mi alrededor. Intenté calmar mi pulso acelerado mientras las imágenes de la pesadilla aún danzaban tras mis párpados: sangre, cristales rotos y los ojos de Adrián, fríos como el hielo mientras sostenía un arma.
Miré el reloj: 3:17 de la madrugada. El espacio vacío a mi lado en la cama king size me recordó que Adrián no había venido a dormir. Últimamente, sus ausencias nocturnas se habían vuelto más frecuentes. Parte de mí se sentía aliviada; otra parte, inexplicablemente inquieta.
Necesitaba agua. O quizás algo más fuerte.
Me levanté con las piernas temblorosas y me puse la bata de seda sobre el camisón. El suelo de mármol estaba frío bajo mis pies descalzos mientras avanzaba por el pasillo oscuro de nuestra mansión. La luz tenue que se filtraba desde el final