Mundo ficciónIniciar sesiónClara Fontaine, una exitosa mujer de negocios viaja a Dubái para expandir su empresa. Allí se encuentra con Zayed Al-Nahyan, un poderoso jeque acostumbrado a obtener todo lo que desea. Lo que comienza como una negociación pronto se convierte en un peligroso juego de poder y seducción, cuando Zayed se obsesiona con Clara, quien lucha por mantener su independencia. En un mundo donde las reglas están a favor de él, Clara deberá decidir hasta dónde está dispuesta a llegar para proteger su libertad y su corazón.
Leer másLA MANADA DEL OESTE
—Antes de morir, ¿Cuáles son tus últimas palabras, mi querida sobrina?
Veo ese brillo asesino en sus pupilas mientras levanta sus garras tratando de encajarlas en mi piel para robarme mi último suspiro, como lo hizo con mis padres. Y pronto, una sonrisa maliciosa se extiende por su cara.
—¡Vas a pagar por esto, haré que te arrepientas!
—¿De verdad?
Está burlándose de mí, pero no le respondo. Sin que lo espere, levanto mi pierna golpeándolo fuerte con mi pie justo en la garganta logrando dejarlo sin respiración por unos segundos.
Enseguida ruedo mi cuerpo por la tierra apartándome de él mientras me pongo de pie en el acto sin volver a mirar en su dirección.
Esta puede ser mi última oportunidad y no voy a perderla.
Estás cerca de tu destino, Dana.
—¡Voy a matarte!
El vello se me eriza sabiendo lo cerca que está.
Soy débil en comparación a él. Un Omega que ha ido a la guerra más veces de las que soy capaz de contar mientras que yo ni siquiera tengo a mi loba aún. Sin embargo, yo no dejo de luchar.
Sus dedos se clavan en mi cuero cabelludo tirando del pelo logrando que gimiera de dolor, pronto me patea la pierna tirándome al suelo.
Jadeo sintiendo el sabor a hierro en mi boca partida. Pero no se detiene ahí, no para de golpearme sin piedad, cada parte de mi cuerpo duele por su crueldad, al mismo tiempo que la sangre cae silenciosa hasta el frío suelo empapándolo.
—Eres patética Dana, ¿Cómo creías que podrías gobernar el reino siendo una Omega tan pusilánime? Nadie te quiere en nuestra manada. Eres débil, una verdadera vergüenza para los nuestros. Al morir, todos en la manada se darán por satisfechos al no tenerte como gobernante. No eres más que basura, me desharé de ti.
La niña dentro de mí quiere llorar por la crueldad de mi tío Owen. El mismo que siempre creí era mi segundo padre ahora me maldecía y quería acabar con mi vida por sus ansias de poder.
Pero la hembra adulta que soy no se doblega.
—Mereces morir tanto o más que tus padres.
Sus palabras me llenan de rabia mientras atraviesa con sus garras mi espalda como el traidor que es, marcando mi piel con brutalidad.
Se fuerte, levántate Dana, él te encontrará.
Me aparto de sus garras intentando que la herida no sea más profunda de lo que ya es.
—Nunca serás el gobernante de la manada del Oeste —aseguro con voz temblorosa.
Con las pocas fuerzas que me quedan doy un duro golpe en su entrepierna alejándome una vez más de su agarre y me echo a correr escuchando su aullido de dolor.
No falta mucho.
—¡Ahora sí firmaste tu sentencia de muerte, m*****a. Voy a hacer que te arrepientas por esto!
Ahora mismo solo tengo dos opciones. Morir en sus manos o cruzar los límites de la manada del Norte.
Sé que no me queda demasiado tiempo para llegar pues conozco a la perfección mis tierras.
—¡Detente!
—¡Nunca!
Acelero sin aliento viendo los límites al fin.
Solo un demente se adentraría al reino Norte pues su gobernante es el Alfa más cruel que ha pisado los cuatro reinos. Un asesino a sangre fría que mata por placer. O eso solía decir todo el que se encontraba con aquel macho.
—¡Dana!
De reojo puedo ver como estira su mano en mi dirección probablemente buscando detenerme para matarme él mismo pero yo no le doy esa opción.
Mi visión se nubla ligeramente por la pérdida considerable de sangre que he tenido aunque me las arreglo para acelerar el paso. Mis piernas parecen hechas de gelatina pero agradezco a la diosa luna siempre haber sido tan rápida o ya estaría muerta ahora mismo.
—¡¿Estás loca?!
En el momento que mis pies invaden los límites de la manada del Norte es cuando dejo que mi cuerpo se desplome y experimento una debilidad fatal.
Oh diosa, estoy muriendo.
Las heridas que me provocó Owen son profundas y acabarán mal a menos que pueda combatir el veneno de sus garras rapaces.
Sonrío ladinamente mirando hasta donde estaba parado observándome con el ceño fruncido y la mandíbula apretada, podía esperarme una muerte segura, pero al menos no moriría en sus traidoras manos.
—Nunca te daré la satisfacción de matarme, seré la causa de tu muerte. Acabaré contigo —prometí como si no estuviera muriéndome.
Él sonríe con maldad pero sin atreverse a dar un paso en mi dirección. Sabía que no lo haría porque un cobarde como él jamás desafiaría al Alfa del Norte entrando a su manada sin permiso.
Mucho menos sin refuerzos.
—Estás muerta.
Veo como huye al escuchar un montón de pasos viniendo en mi dirección.
Mi respiración cada vez se hace más suave, mi visión, borrosa, estoy tan mareada que siento que todo está dando vueltas. Parpadeo intentando mantenerme consciente, probablemente el Alfa del Norte me matará tan pronto como me vea pero aún así mantengo mi esperanza, quizás pueda hacerlo mi aliado.
Los pasos se detienen mientras escucho un gruñido que me pone la piel de gallina.
Algo pareció cambiar aunque no estuve segura de lo que fue pues yo estaba demasiado aturdida. Mi cabeza cae a un lado sin fuerzas, el cabello cubre mi rostro apenas dejándome ver algo.
Necesito ver al Alfa Kian, pedir su ayuda ante la traición cruel de mi tío quien planea apoderarse de mi manada.
En mi campo de visión aparecen un par de botas masculinas provocando que un poco de esperanza creciera.
No puedo ver de quién se trata por lo débil que me siento, estoy segura que fue la adrenalina lo que provocó que antes corriera tan rápido y tuviera la fuerza para seguir.
—P-por fa-avor, ayúdame s-señor.
Me agarré a su bota con mis últimas fuerzas pero entonces todo se volvió oscuridad, sin saber lo que pasaría a continuación pues mi vida estaba a punto de cambiar.
ZAYEDElla se desploma en mis brazos. Su fragilidad es palpable, como si el peso del sufrimiento que ha cargado durante este tiempo la hubiera reducido a una sombra de la mujer fuerte que siempre he amado. Mi Clara. Mi gatita. La emoción me golpea con fuerza, un dolor sordo que se mezcla con un alivio tan profundo que casi me hace caer de rodillas.—Cuánto sufriste, mi gatita —susurro, mis labios rozando su cabello mientras la sostengo con cuidado, como si temiera que pudiera romperse.Subo con ella al asiento trasero del auto, mientras Karim, con el rostro tenso y lleno de preocupación, se acomoda al volante. El silencio entre nosotros es ensordecedor. Ninguno de los dos necesita hablar. Karim entiende lo que siento; él estuvo allí siendo de testigo de mi sufrimiento estos ultimos días, cuando me sumí en un abismo de desesperación que parecía no tener fin.Mientras el auto avanza por las calles iluminadas por el sol de la mañana, mis ojos permanecen clavados en ella. Su rostro está m
CLARALos días posteriores a la llamada de Karim han sido una tortura interminable. Mi mente ha estado atrapada en un torbellino de pensamientos, y el silencio de su parte solo alimenta mi ansiedad. Ni una sola pista, ni un detalle. Todo se siente como caminar en la cuerda floja sobre un abismo.Me miro al espejo por última vez mientras termino de arreglarme. El reflejo me devuelve una mirada cansada, con ojeras que no logro disimular del todo. Mi cabello, perfectamente peinado, parece ser lo único bajo mi control en este caos. Respiro hondo, intentando calmarme, pero el vacío en mi estómago se intensifica.Antes de salir, me acerco a la cuna de mis hijos. Ellos duermen plácidamente, envueltos en una tranquilidad que yo envidio. Me inclino para besarles la frente, dejando que sus suaves respiraciones me llenen de una paz efímera.El rugido de mi motocicleta rompe el silencio de la mañana. El viento fresco acaricia mi rostro mientras conduzco hacia la cafetería. Intento concentrarme en
ZAYEDEstos días en el hospital han sido una completa tortura. Cada segundo que pasa se siente como una aguja perforando mi pecho, recordándome lo cerca que estuve de perder a Karim. No hay palabras para describir el alivio que sentí al saber que sobreviviría, pero incluso ese alivio viene teñido de miedo, culpa y una angustia constante que no me deja respirar con facilidad. Sé que mi vida está marcada por decisiones difíciles, pero esta situación me pesa más que cualquier otra.Los doctores me han dicho que deberíamos esperar un poco más antes de viajar, que Karim necesita reposo, pero él insiste en volver a Estados Unidos cuanto antes. Y la verdad es que yo también lo deseo. Muero por ver a Clara, aunque al mismo tiempo siento que el peso de mi propia incertidumbre me hunde. ¿Qué pensará? ¿Cómo va a reaccionar? ¿Aún me amará después de todo lo que ha pasado? Miles de preguntas se agolpan en mi mente, y cada una trae consigo un torbellino de emociones que apenas puedo controlar.La a
DÍAS DESPUÉS.CLARA.No he tenido éxito tratando de comunicarme con Karim. Cada intento fallido me consume aún más. No sabemos nada de él, y la angustia de no saber qué sucedió nos está matando a todos. La incertidumbre es como un veneno lento que se desliza por nuestras venas, robándonos la paz y llenándonos de miedo.–¿Aún nada? –pregunta Ann entrando a la casa. Su voz está cargada de preocupación, aunque intenta disimularlo. Es obvio que mi amiga está interesada en Karim, pero siempre se hizo la desentendida, como si sus sentimientos fueran un secreto que nadie podría notar.–No, aún no –suspiro, sintiendo cómo esas palabras pesan en mi pecho.–¡Ay, Dios! –es lo único que logra decir antes de acercarse a mi madre para saludarla.Mientras ellas hablan, yo camino hacia mi habitación. El aire de la sala me resulta asfixiante, lleno de recuerdos y preguntas sin respuesta. Mis pies se sienten pesados, como si cargar con la ausencia de Zayed me estuviera hundiendo cada día más. Al abrir
ZAYED.Arrastro el cuerpo de Karim hacia el auto, mis manos cubiertas de su sangre, que no cesa de brotar como un río oscuro e interminable. La tensión de la situación me aprieta el pecho, y aún puedo escuchar el eco de las balas de la ráfaga que Samira descargó sobre él. Esas malditas balas que atravesaron su cuerpo. Todo sucedió tan rápido que mi mente aún no alcanza a procesarlo. Jamás imaginé que esa mujer, que alguna vez fue tan cercana, pudiera llegar a hacer algo así. Mi respiración se acelera mientras subo al asiento del conductor, el coche arranca a toda velocidad, deslizándose por las calles de la ciudad como una flecha, sorteando semáforos y esquivando vehículos, mientras Karim sigue en el asiento trasero, cada segundo se siente más crucial.El sonido del motor es lo único que consigo oír, ahogando mi mente que no para de martillar con pensamientos. La sangre se esparce por todo el asiento, empapando la tapicería. El sonido de la respiración entrecortada de Karim me hace mi
ZAYEDEl puerto Jebel Ali se alza imponente frente a nosotros, una maraña de grúas y contenedores apilados que se extienden hasta donde alcanza la vista. Este es el corazón comercial de Dubái, el lugar donde el mundo entero intercambia bienes, y también el lugar perfecto para esconder actividades ilícitas a plena vista. El carguero de Rashid ha atracado en el muelle 16, un área conocida por su escaso control y vigilancia irregular, una elección idónea para una operación como esta, teniendo la noche como aliado perfecto.Desde la camioneta en la que nos movemos, puedo ver las luces de los contenedores iluminando tenuemente la zona. Karim está al volante, con los ojos fijos en la carretera interna que serpentea entre los muelles. Yo, en el asiento del copiloto, sostengo mi rifle de asalto, un HK416, con el cargador listo y un silenciador montado. En el asiento trasero, las armas cortas están apiladas junto a granadas de humo, por si la situación se complica más de lo esperado.Ibrahim y
Último capítulo