Elena despertó sobresaltada, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. La oscuridad de la habitación la envolvía como un manto, pero el terror del sueño aún persistía en su mente. Sintió los brazos fuertes de Darian apretarla con más fuerza contra su cuerpo, susurrándole al oído palabras tranquilizadoras.
—Ya estamos en casa, mi amor —le dijo Darian, con voz suave y melodiosa—. Ya estás a salvo.
Elena se aferró a él, buscando refugio en su calor y su protección. Poco a poco, el miedo comenzó a disiparse, reemplazado por una sensación de seguridad y alivio.
—¿Qué pasó con Héctor? —preguntó Elena, con voz temblorosa.
Darian desvió la mirada, su rostro ensombrecido por el dolor y la culpa. Se negó a contestar, sabiendo que las palabras no podrían describir la brutalidad del acto que había cometido.
Elena, comprendiendo el significado de su silencio, acarició su mejilla con ternura.
—No tienes que culparte —dijo Elena, con voz suave y comprensiva—. Él... estaba perdido.
Darian volvió