El choque entre los lobos del Sur y los soldados de Héctor fue un torbellino de furia y acero. Los guerreros de Ilai, curtidos en mil batallas, embestían con la fuerza de la naturaleza, sus garras y colmillos desgarrando la carne y el metal. Los mercenarios, bien entrenados y armados hasta los dientes, ofrecían una resistencia feroz, pero la ferocidad de los lobos era imparable.
Ilai, transformado en una bestia imponente, lideraba la carga. Sus aullidos resonaban en el bosque, inspirando a sus guerreros y sembrando el terror entre los enemigos. Con cada golpe, con cada mordisco, avanzaba hacia la cabaña donde sabía que se encontraba Elena, su hermana, su sangre.
Mientras la batalla rugía a su alrededor, Ilai sentía la urgencia de llegar a Elena. Sabía que el tiempo se agotaba, que Héctor era capaz de cualquier cosa para lograr sus objetivos. Con una agilidad sorprendente, esquivaba las balas y los golpes, abriéndose paso entre la horda de enemigos.
En el interior de la cabaña, Elena l