En la cima del promontorio rocoso, Héctor veía a Elena acercarse con la mirada perdida. Caminaba como un robot, controlada a distancia. En su mente, la voz de Nix intentaba liberarse, pero el poder de su padre la mantenía atrapada.
—Bienvenida a casa, hija —dijo Héctor, con una sonrisa falsa.
Elena no respondió. Su mirada estaba fija en la nada, y su cuerpo se movía solo. El lobo que había despertado en ella parecía silenciado.
Héctor extendió una mano y acarició su mejilla con suavidad, pero sus dedos parecían querer estrangularla.
—Todo esto es por tu bien —murmuró—. Te mostraré tu verdadero destino.
No podía perder tiempo. Desde ese momento, el tiempo era su mayor enemigo.
En ese instante, el celular de Héctor sonó.
—¿Sí? —contestó.
—Le informo que no hubo sobrevivientes —dijo su mercenario—. El Alfa Darian y Rurik se han dirigido al Sur.
—Imposible —exclamó Héctor—. ¡¿Cómo permitieron que eso pasara?!
—Lamentamos informarle que no pudimos detenerlos.
—Sigan vigilándolos, por si in