El eco de las palabras de Darian resonó en la vasta sala del consejo del Sur. Ilai, el Rey Alfa de estas tierras, escuchaba con atención cada detalle del relato. La traición de Héctor, su propia sangre, lo golpeó como un trueno. Había crecido creyendo que su padre era un hombre arrepentido, un lobo sin dones que buscaba redención. La verdad, cruda y despiadada, lo dejó atónito.
—Estaba estudiando —murmuró Ilai, con la mirada perdida en el horizonte—. Se acercó para saber cuán fuertes éramos... mis hermanos.
El consejero mayor, un anciano venerable con la sabiduría grabada en cada arruga, suspiró con pesar. Su nombre era Yoya, y había guiado a la manada del Sur durante generaciones.
—Ya no tengo mi don —dijo Yoya, su voz temblorosa por la edad—. No puedo detenerlo...
La noticia cayó como un balde de agua fría. El don de Yoya, la capacidad de anular los dones de los alfas del sur, había sido muy poderoso en su juventud y con ese mismo don había detenido a Héctor anteriormente. Pero ahor