El eco de sus pasos se desvanecía a medida que avanzaban por los pasillos silenciosos de la residencia. Las antorchas apenas iluminaban los muros de piedra, proyectando sombras que parecían moverse con vida propia. Elena caminaba junto a Darian, aferrada con fuerza a su brazo, como si de pronto el aire se hubiera vuelto demasiado pesado.
—Wow… creo que no me siento bien… —murmuró con voz apagada, apenas alcanzando a sostenerse.
Antes de que Darian pudiera preguntar, sus ojos se cerraron y su cuerpo se desplomó contra él.
—¡Elena! —su voz rugió con un pánico que no había sentido en años.
Con un movimiento ágil la sostuvo en brazos, estrechándola contra su pecho. La tibieza de su piel lo tranquilizó apenas un instante: respiraba, pero estaba inconsciente. Darian avanzó con pasos largos, cruzando los corredores como una fiera enjaulada que buscaba un refugio seguro. Su corazón martilleaba con fuerza, un tambor que retumbaba en sus oídos mientras su mente luchaba entre la furia y el miedo