El silencio en el patio era tan tenso que parecía que hasta el viento se había detenido. Los ojos de la manada estaban fijos en Darian y en Elena, como si la decisión que acababan de anunciar pudiera cambiar el curso de sus vidas.
Pero antes de que alguno pudiera reaccionar, un gruñido grave retumbó en el aire. Todos se apartaron de inmediato cuando la figura del anciano apareció desde la entrada principal. El abuelo de Darian avanzó con paso firme, su mirada clavada en su nieto.
—Si te marchas —tronó con voz áspera—, ya no habrá regreso. Ni tú ni tu loba serán bienvenidos jamás en estas tierras.
Las palabras cayeron como un martillo, y aunque un murmullo recorrió a la manada, nadie se atrevió a interceder. El viejo se detuvo frente a ellos, su aura imponente, cargada de autoridad y amenaza.
Darian sostuvo su mirada sin vacilar.
—Entonces así será.
Sin añadir más, guio a Elena hacia el vehículo que aguardaba en el camino. Ella apenas giró el rostro para mirar por última vez a la multi