~ Punto de vista de Catalina
La muerte de mi padre no fue un alivio inmediato. No me trajo paz, ni justicia. Fue una herida abierta, sangrante, difícil de comprender.
Lo vi caer frente a mí, como si el mundo entero se hubiese detenido en ese instante. No lloré. No podía. Giovanni Moretti ya no era mi padre hacía tiempo; se había convertido en un extraño, en un monstruo disfrazado de patriarca que había preferido venderme a cambio de poder.
Y aun así… verlo morir de esa forma me dejó una sensación extraña. Como si una parte de mí también hubiese muerto allí, en aquel astillero bañado de bruma y pólvora.
Mi madre, en cambio, parecía respirar después de años. La observé mientras el sol se alzaba entre las nubes grises, y noté que había en ella un brillo nuevo en los ojos, una ligereza que nunca le había visto. Elena Moretti por fin era libre. Y esa libertad se la debía, irónicamente, al hombre más temido de la ciudad.
Dario Mancini.
Ese pensamiento me atravesó como una daga. Lo odiaba, l