~ Punto de vista de Darío.
Catalina Moretti.
Ese nombre me pesaba en el pecho como una maldición y una plegaria al mismo tiempo. Desde que la vi por primera vez, supe que estaba perdido. No era un simple deseo; era una obsesión que se me incrustó en la piel como hierro candente.
La gente confunde el amor con ternura, con gestos dulces y sacrificios silenciosos. Yo no conocía nada de eso. Lo mío era hambre. Posesión. Una necesidad tan visceral que rozaba la locura.
Catalina no era un capricho. No era una mujer más en mi lista. Catalina era fuego en medio de mis tinieblas, y ese fuego era mío. Solo mío.
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El whisky se deslizó como veneno agradable por mi garganta. En el despacho, con la tormenta rugiendo tras los ventanales, repasaba mentalmente la escena en la biblioteca. Ese idiota, Enzo, atreviéndose a sonreírle, a tocar su mesa, a hablarle como si tuviera algún derecho.
Estuve a un segundo de romperle el cuello. Todavía podía sentir en mis manos las ganas de aplastarlo.
De no ser