El sonido de las hojas pasando y el murmullo de voces jóvenes llenaban el auditorio. Catalina suspiró mientras cerraba su cuaderno de apuntes, tratando de concentrarse en lo que el profesor había repetido por tercera vez: “El éxito en la administración no depende de la suerte, sino de las decisiones que tomamos cada día”.
El éxito. Las decisiones. Qué ironía. En su vida, las decisiones nunca habían sido suyas.
La universidad era su único respiro. Allí no era “la hija de Giovanni Moretti”, ni “la joya más codiciada de la mafia italiana”. Era solo Catalina, una estudiante más con ropa sencilla, el cabello recogido en una coleta desordenada y un café siempre a medio terminar.
Era el único lugar donde podía fingir que su vida era normal.
Al salir del salón, una risa masculina la sacó de sus pensamientos.
—¿Otra vez con cara de funeral, Moretti? —bromeó Enzo, un compañero de clase que siempre parecía tener un chiste en los labios. Alto, moreno y con una sonrisa fácil, Enzo se había convert