Capítulo 004

—¡¿Qué?! —gritaron todos, viéndose las caras entre ellos, como si de pronto se sintieran atrapados en una especie de pesadilla de la que querían ansiosamente despertar.

—Debe haber un error —se apresuró a decir, Olivia Dubois, la madre de Enzo, quien había esperado que el médico dijera que aquel embarazo era una mentira o algo similar.

—No, señora. No hay ningún error. Mire —señaló el monitor donde podían apreciarse las formas de las tres criaturas que se estaban formando—. Uno —apuntó a uno de los bebés y luego a los otros—. Dos y tres —concluyó sonriente.

Pero la abuela de los niños no se emocionó, por el contrario, miraba la pantalla como si deseara desintegrarla y con eso desaparecer el enorme problema en el que se encontraban inmersos.

—¡No lo puedo creer! —exhaló apartándose con dramatismo.

—Esto solo reafirma la decisión de la boda —fue lo que dijo Ernesto, bastante sorprendido también.

Mientras tanto, los futuros padres, estaban en silencio, sin poder siquiera procesarlo del todo.

«Tres bebés», fue lo que pensó Valeria, sintiendo cómo sus ojos se humedecían ante tanta dicha y felicidad.

La joven se mordió el labio inferior y luego sonrió con ironía, mientras que con cuidado, espiaba a Enzo, esperando encontrar una pequeña muestra de alegría, pero no. El hombre estaba estático, sin expresión, como si le estuvieran hablando de alguna enfermedad terminal.

—Los cuidados que se requerirían de ahora en adelante son muy importantes —explicó el médico, escribiendo las recetas para la futura madre—. Debe prestar atención a su alimentación, consumir sus vitaminas y…

—¿Cuándo podrá hacerse la prueba de ADN? —le interrumpió Olivia.

—¿Prueba de ADN? —El doctor paseó la vista por cada uno de los presentes, tratando de encontrar un poco de claridad.

—Sí, requerimos una prueba de ADN, ya que tenemos nuestras dudas con respecto al origen de esos niños.

Valeria se removió en su silla, inquieta, mientras que el hombre de bata blanca la miraba con un poco de compasión.

—Lo adecuado sería esperar a que cumpla las quince semanas de gestación, ya que en el procedimiento se debe insertar una aguja fina a través de la pared abdominal hasta el útero para aspirar una pequeña cantidad de líquido amniótico. Lo cual puede ser muy arriesgado —explicó.

—Eso es mucho tiempo, ¿no puede hacerse antes? —se opuso Olivia a esperar tanto. Necesitaba resolver este problema cuanto antes.

—No, señora. De por sí, el procedimiento es bastante riesgoso, así que hacerlo antes de lo indicado, sería un aborto seguro.

—Bueno, no veo cuál es el problema, con eso —masculló por lo bajo.

Ernesto le dedicó una mirada de advertencia a su mujer y esta guardó silencio, dejando que fuera él quien tomará la decisión.

—De acuerdo, entonces nos presentaremos aquí para el procedimiento dentro de siete semanas —extendió la mano, haciendo que el médico se la estrechara, y una vez dado el apretón, se inclinó al oído del hombre para dar las advertencias necesarias—. Le solicito total discreción.

—Por supuesto, señor.

La familia Dubois salió del consultorio seguidos de una Valeria cabizbaja que no dejaba de sentirse mal ante el trato descortés que había recibido de parte de todos. Ahora, aparentemente, el odio de la familia había aumentado al descubrir que no sería un niño, sino tres bebés.

—Quisiera saber de qué artimañas te valiste para quedar embarazada por partida triple —su suegra la tomó del brazo repentinamente, apretándola fuertemente y clavándole las uñas—. Alguna brujería hiciste, ¿no? —la empujó, haciéndola que trastabillar un par de pasos.

—Vamos, Olivia, no hagas un escándalo —le reprendió su marido al ver lo que pretendía—. Ahora lo que tenemos que hacer es cuadrar las fechas para el matrimonio.

—¡Por Dios, Ernesto, estás loco!

—¡Esto ya no está en discusión! —se exasperó el hombre—. ¡Son tres niños! ¡¿No lo entiendes?!

—¡Tres niños que no son de mi hijo! —aseguró con convicción.

—Eso no lo sabremos hasta que no se haga la prueba de ADN.

—¿Entonces qué sugieres?

—Hay que comenzar a planear la boda.

—No, no habrá nada que planear —le interrumpió Enzo, tomando la palabra por primera vez en medio de toda esta discusión—. Cuando nos entreguen los resultados, si realmente son mis hijos, entonces nos casaremos al día siguiente. Sin fiesta y sin invitados. Será un matrimonio a puerta cerrada. Es lo único que pienso ofrecerle.

—Estoy de acuerdo —secundó su madre con una sonrisa de suficiencia en la cara—. Sería una vergüenza organizar una celebración para anunciar los lazos con la podredumbre —se burló.

—¿Me puedo ir? —fue lo único que preguntó Valeria, luego de haber escuchado cómo se referían a su persona, como si no estuviera presente. Nuevamente, la idea de huir pasó por su mente, pero recordó las palabras de su madre: debes asumir la responsabilidad de tus actos. Esos niños no tenían la culpa de sus decisiones y no podía negarles el derecho de tener un padre.

—Sí, te llevaré —ofreció Ernesto, quien parecía ser el único amable en esa familia. Pero ella se negó.

—Lo agradezco, señor. Pero prefiero tomar un taxi.

Y así, sin más, abandonó el lugar, sintiendo cómo todos la miraban con odio y repulsión.

[...]

Valeria siguió trabajando como secretaria, ya que sin una prueba de ADN, nada estaba dicho todavía.

Debía de pagar por sí misma sus medicamentos y atender a sus consultas prenatales sin ayuda.

Enzo en la oficina la trataba cada vez peor, cargándola de trabajo y quejándose por absolutamente todo.

“Este café está frío. Búscame otro”, ordenaba, sin importarle que tuviera que hacer nuevamente el recorrido hasta la cafetería.

Pero ella no se quejaba, sabía que esa era su manera de “vengarse” por intentar atraparlo.

No habían vuelto a hablar del embarazo y él ni siquiera le preguntaba por cortesía cómo estaba. Únicamente estaba enfocado en el calendario y en el gran día, que daría claridad a todos. El día en el que él aseguraba que se descubriría que esos niños no eran suyos.

Mientras tanto, cada día lo veía recibir visitas diferentes, todas ellas eran mujeres: bajas, altas, curvilíneas, hermosas. Y si se acercaba a la puerta del despacho, también podía escuchar los jadeos que provenían del interior.

Valeria se mordía los labios conteniendo los sollozos que querían escapar ante la decepción, pero se repetía que no tenía derechos a hacer reclamos, aún no eran nada.

Los días siguieron deslizándose de esa manera, hasta que la fecha esperada finalmente llegó…

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