Su padre no había tardado en revisarla entera, asegurándose de que no estuviera lastimada. La culpa la carcomía, así que les pidió que se sentaran para poder explicar lo que sucedió.
—No fue un secuestro —comenzó.
—¡¿De qué hablas?! Te llevaron en contra de tu voluntad, Celeste. Todos lo vimos.
Negó suavemente.
—No puede decirse que sea un secuestro cuando deseaba fervientemente que me sacaran de esa iglesia —se sinceró—. No quería casarme con Francisco, pero no sabía cómo decirlo. Cuando me di cuenta, ya había llegado el día de la boda y no parecía tener salida…
—Celeste…
—Mamá, yo solo sentí presión. Y no sabía cómo ser valiente y decirles a todos que no quería continuar con esto. Sé que lo que hice es imperdonable, pero si no fuera por… —evitó decir el nombre de Erick, no quería acarrearle problemas más serios—, si no fuera por él, estaría ahorita mismo lamentándome.
Se quedó mirándolos fijamente, esperando que dijeran algo. Un regaño, lo que sea.
—¿Quién es ese hombre? —preguntó s