Capítulo 003

—¡Mamá, ayúdame a empacar! ¡Es urgente! —pidió Valeria a su madre, quien como de costumbre se encontraba en la cocina, preparando la cena para sus hijos.

Rita Muñoz vivía para preparar platillos, era una mujer trabajadora que sola había sabido criar a tres hijos, siendo Valeria la menor de todos ellos.

—¿Qué ocurre, cariño? —se alarmó la mujer, al ver las lágrimas que corrían por las mejillas de su hija menor.

—¡Lo he arruinado, mamá! —sollozó contra su pecho en busca de consuelo.

—¿De qué hablas?

—De qué estoy embarazada de mi jefe —soltó como si aquel fuera un peso muy grande que no podía seguir sosteniendo.

—¿Embarazada? —su madre endureció el gesto, apartándola. Aquello era como un insulto para la mujer, quien se había esmerado en inculcarle valores a sus tres hijos.

—Lo lamento, mamá, yo…

El bofetón que le propinó su progenitora la dejó en silencio.

—No puedo creer que me salgas con esto —vociferó histérica, alzando las manos y sacudiendo la cabeza—. ¿Y de tu jefe? ¡Estás loca, muchacha!

—Lo siento mucho, mamá…

—Y seguramente te pidió que abortaras —supuso, conociendo cómo pensaban ese tipo de personas, que solían creer que porque tenían dinero y estatus estaban por encima de todos.

—Sí —confirmó ella con pesar, recordando las duras palabras de Enzo—, pero su padre quiere que nos casemos y yo no…

—¿Qué? —la interrumpió, prestando mucha atención en la última frase que parecía representar una esperanza.

—Que el señor Ernesto le ha exigido a su hijo que nos casemos, pero yo no quiero un matrimonio por obligación, así que…

—¡Así que nada! —gritó su madre, imponiéndose—. De aquí no se va nadie —tomó la decisión.

—Pero, mamá...

—Pero mamá, nada. Eso debiste pensarlo antes de abrirte de piernas para ese hombre —le reclamó con una mirada cargada de decepción—. Ahora no vengas a huir de las consecuencias de tus actos y estoy completamente de acuerdo con ese tal Ernesto, lo mejor es que se casen.

—No, mamá, tú no conoces a esa gente. Ellos no…

—Ellos serán tu nueva familia y ahora debes asumirlo. Es todo.

Valeria intentó explicarle a su madre sus razones para tomar la decisión de huir, pero esta no la escuchaba, alegando que no era necesario que existiera amor de por medio para una boda, un hijo era motivo suficiente y que seguramente con el pasar del tiempo los sentimientos surgirían entre ambos, pero ella lo dudaba, conocía a Enzo y a su vida promiscua, sabía que no cambiaría por ella. Estaba segura de eso.

No tuvo más opción que aceptar ir a la cita que había programado el señor Ernesto Dubois para el día siguiente, donde conocerían el estado del bebé y cuántas semanas de embarazo llevaba, además de que analizarían cuál sería el momento propicio para hacer la prueba de ADN.

Al amanecer, Valeria se levantó con pesar de la cama, deseando retroceder el tiempo y corregir todos sus errores. No consideraba que su hijo fuera un error, pero sí consideraba que haberle contado a Enzo fue la peor decisión de todas.

No sabía qué había esperado recibir de su parte, pero sin duda no había sido la palabra “aborto”.

En fin, ya no tenía caso seguir lamentándose por cosas que no podía cambiar, así que decidió arreglarse para la cita con el ginecólogo.

Se colocó un pantalón ajustado y una camisa azul celeste que le quedaba un poco más suelta, en conjunto con unos botines del mismo tono.

Aún no tenía una barriga notoria, cosa que le daba a entender que su embarazo era muy reciente y, por más que intentaba deducir cuando había sido la fecha exacta de la concepción, no lo conseguía.

Esos últimos meses habían sido muy apasionados entre ella y Enzo. La había llevado a conocer varias de sus propiedades y le había hecho el amor en diferentes sitios.

Pero eso ya no importaba, porque el punto era que estaba embarazada y el niño no era de otro, sino de Enzo Dubois, su futuro esposo.

Valeria se permitió fantasear por un instante con la idea de convertirse en su esposa. Se imaginó entrando de blanco a una iglesia llena de invitados, pero la ilusión se perdió cuando llegó a la clínica y se encontró con el pasillo repleto de personas.

A duras penas reconoció algunos rostros: Enzo, con su padre Ernesto, y una mujer mayor con una expresión extremadamente seria. No había mucho que deducir para saber que era la madre de su futuro esposo. Y eso se lo hizo saber sin demora.

—Con que esta es la arribista que ha querido atrapar a mi hijo con un embarazo —se acercó con sus tacones resonando en el pulido piso.

—Señora, yo no…

La mujer la tomó fuertemente de la barbilla, acallándola.

—No tienes derecho de hablarme, puta —le advirtió con sus ojos centelleantes de furia—. Más te vale que confieses de una vez que ese mocoso es de otro y nos ahorres tantos malos ratos. Porque si lo descubrimos después, te aseguro que vamos a destruirte la vida al punto en que vas a desear no haber nacido.

Valeria se liberó a duras penas del férreo agarre de su suegra, al tiempo en que una enfermera los invitaba a pasar al interior del consultorio.

Trató de que las lágrimas no la avergonzarán, mientras el transductor hacía un recorrido por su abdomen.

—Vaya, pero qué afortunados son, familia —dijo el médico maravillado ante lo que veía—. Aquí hay tres bebés muy sanos. ¡Felicidades! —soltó la noticia, ocasionando que el silencio en el consultorio fuera casi sepulcral.

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