Capítulo 005

—Es hoy —se dijo Valeria, de pie frente al espejo, mientras acariciaba su barriga de embarazo, la cual ya era bastante notoria; sin embargo, debía ocultarla con ropa holgada para que no se dieran cuenta de su estado.

Aun la noticia de su embarazo no era de conocimiento público, se suponía que sería en ese día en el que se decidiría todo.

—¿Estás lista? —preguntó su madre llamando a la puerta de su habitación.

—Lo estoy.

—Bien, sal. Hay unas personas esperando.

Valeria tragó saliva y se animó a salir. Justo como lo había dicho su madre, la estaban esperando, pero las caras que mostraban sus visitantes eran de todo tipo menos alegres.

—Buenos días —saludo con cortesía, una que no le fue recíproca por parte de ninguno de los presentes.

—La cita es en media hora. Así que apresúrate —fue Olivia Dubois, quien se atrevió a hablar con aquel tono despectivo que tanto la caracterizaba.

—Lamento haberlos hecho esperar. Podemos irnos —miró en dirección a su madre y se despidió con una sonrisa.

—Suerte, cariño —le dijo su progenitora, notando el decaimiento de su hija.

Valeria subió al auto, un lujoso BMW de color negro. Sus acompañantes eran Olivia y Ernesto Dubois, pero no veía a Enzo por ninguna parte y eso la hacía sentirse tentada a preguntar por su ausencia, pero guardó silencio. Sin embargo, fue el hombre mayor quien le dio la respuesta con respecto a su paradero, aunque no de manera directa, claro.

—¡¿Dónde estás, maldita sea?! —reclamó al teléfono, en un tono bastante enojado—. No me interesa. Te quiero en la clínica en cinco minutos, así que despídete de tus putas y deja de comportarte como un crío. Recuerda que esto es importante, carajo.

Llegaron al lugar indicado y rápidamente se cumplió la hora para su cita sin que Enzo apareciera. La hicieron llamar y Valeria entró dándose cuenta de que ni siquiera en ese momento era importante para su futuro esposo.

—Buenos días, Valeria. ¿Lista para el procedimiento? —le preguntó el médico en un tono calmado, mientras le indicaba el sillón de exploración donde debía acomodarse.

—Sí —contestó, aunque sentía un nudo en la garganta.

En su interior no había miedo ni angustia con respecto al resultado, era más que todo un sentimiento de decepción al saber que habían tenido que llegar a tales extremos para que Enzo pudiera reconocer que eran sus hijos.

—Hoy realizaremos una amniocentesis —explicó el médico, comenzando a preparar el equipo—. Este procedimiento nos permite obtener una pequeña muestra de líquido amniótico, que contiene células de los bebés. A partir de esas células, podremos analizar el ADN fetal para detectar posibles anomalías cromosómicas o genéticas con mayor precisión que las pruebas no invasivas.

—Sabe por qué estamos aquí, doctor… —susurró con pesadez—. Esto es más una prueba de paternidad que otra cosa.

—Lo sé, pero eso no quita que podamos conocer también otros aspectos de los futuros niños.

Valeria asintió, recostándose, tratando de controlar su respiración, aunque se sentía bastante nerviosa.

Para nadie era un secreto que aquel procedimiento era extremadamente delicado, representando un riesgo para el bienestar de sus hijos.

—Ahora sentirás un pinchazo —informó—. Aplicaremos un anestésico local para minimizar cualquier molestia.

Valeria sintió el ardor del anestésico, cerrando los ojos, mientras el médico narraba todo el procedimiento.

—Voy a insertar una aguja fina y hueca a través de tu abdomen y útero para llegar a la bolsa amniótica —continuó—. Todo el proceso será guiado por el ultrasonido para asegurar la precisión y seguridad.

Los puños de la mujer se apretaron mientras se insertaba la aguja.

—Listo —dijo, luego de lo que le pareció una eternidad—. Los resultados tardarán entre una y dos semanas. Te llamaremos tan pronto como los tengamos.

Cuando salió del consultorio, se encontró con las tres personas que aguardaban por ella: Ernesto, Olivia y Enzo, quien tenía cara de trasnochado.

—¿En cuántas horas estarán listos los resultados? —atacó la mujer sin demora.

Valeria se llevó una mano al lugar de la incisión, sintiendo un poco de incomodidad en dicha zona.

—Una o dos semanas —contestó en voz baja, adolorida y cansada.

—¡¿Qué?! ¡De ninguna manera! —se quejó.

—Iré a hablar con el médico —tranquilizó Ernesto a su esposa, seguramente esperando que con un jugoso cheque pudiera agilizarse todo.

—Te acompaño —se ofreció Olivia, mostrándose deseosa de hacer cumplir sus reclamos y exigencias.

Mientras tanto, quedaron en el pasillo los dos solos, uno frente a otro, y la mujer no supo exactamente qué decir. Pero fue Enzo quien, para su alivio, cortó el incómodo silencio.

—Siéntate, si tanto te molesta —indico, al ver que no dejaba de masajearse el lugar donde se insertó la aguja para extraer la nuestra.

Ella obedeció y se sentó a su lado, mientras sus manos se movían ansiosas en su regazo.

—Nunca quise que nada de esto sucediera, Enzo —comenzó, y no sabía por qué lo estaba diciendo. Pero solamente necesitaba soltarlo, sincerarse—. Estos bebés son tuyos y estás a pocas horas de descubrirlo. Pero aun así, no fue mi intención atraparte como tanto insinuas. Solamente fue algo que sucedió.

—Dijiste que te estabas cuidando… —le recordó.

—Y sí lo estaba haciendo.

—¡¿Y entonces, cómo explicas esto?! —se alteró.

—Ningún método es cien porciento efectivo —lo miró a los ojos, esperando que leyera la sinceridad en ellos—. Hubiéramos tenido un porcentaje más alto de protección si hubieras usado el preservativo como se suponía que debías hacerlo.

—¿Ahora es mi culpa? —se ofendió.

—Sí —repuso tranquila—. Es tanto culpa tuya como mía. Pero es de los dos.

—Eso no cambia el hecho de que ahora estemos atrapados en toda esta m****a —se sacudió el cabello y las ojeras fueron más notorias debajo de sus ojos—. Si me hubieras hecho caso…

—No, porque yo no soy una cobarde como tú —respondió, dejándolo por un instante en silencio.

—No intentes negar lo que es obvio —se disgustó—. Solamente quieres dinero y por eso tanto afán en embarazarte.

—Si quisiera dinero, ya te hubiera pedido una alta suma y me hubiera largado para siempre —aclaró, cansada de tantos malos tratos—. Pero no, lo único que quiero es que mis hijos tengan un hogar, una familia. Y aunque sé que no me quieres y que no lo harás nunca, solamente espero que puedas ser un buen padre y así tanto sacrificio estaría valiendo la pena.

—No esperes de mí nada más que un marido de papel —su voz se volvió fría, mientras el gris de sus ojos se tornaba cada vez más siniestro—. No te respetaré, no me importarás en lo más mínimo. Solamente estaremos juntos por los niños, como acabas de decir, y mi única obligación será con ellos. No contigo.

—Está bien. Lo acepto.

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