Julieta
Damián se había ido por un buen tiempo. Arístides había estado conmigo un buen rato mientras yo le anotaba todas las recomendaciones y una lista, por si podían conseguir medicamentos. Me habían llevado a un lugar para bañarme y me dieron un vestido rasgado, pero sabía que era el mejor que tenían.
—No te van a dejar ir —me dijo el anciano en la celda de al lado, cuando el silencio se hizo muy pesado.
—¿Por qué lo dice?
—Los ayudaste, te hiciste útil. Y algo que nunca debes hacer con gente que no tiene nada y puede mantenerte encerrada… es darle razones para que te quedes. Tu alfa está haciendo todo para que salgan, y tú le has complicado las cosas. ¿Fue él quien te hizo esa pequeña marca? —me preguntó, señalando mi cuello. Vi en su dedo un anillo con una gran piedra negra, pero él retiró rápidamente la mano.
—Él está negociando por su manada, no se preocupa por mi —el anciano soltó una carcajada.
—Los humanos no saben nada. Ese alfa debe estar negociando su alma, si es posible.