Nora
—Esos desgraciados —murmuró Indira, mi loba.
Vimos a uno de los guerreros lanzar a una mujer al suelo. Otro fue tras un niño que intentaba correr. Gruñí con tanta fuerza que el aire tembló entre mis colmillos. Damian me miró; sus ojos plateados ardían con furia contenida.
Caí sobre el guerrero antes de que levantara su espada. Lo derribé con las patas delanteras, hundiéndole el pecho contra el suelo. No lo maté, pero su cráneo retumbó al golpear una roca. Otro se abalanzó sobre mí y rodamos entre el barro. Sentí el filo de sus garras, pero me giré, hundí mis colmillos en su antebrazo y lo lancé por los aires.
Damian, más grande y fuerte, se abrió paso entre tres enemigos. Cada zarpazo suyo derribaba a uno. Su rugido se extendió entre los árboles, y los guerreros se detuvieron por un instante, dudando. Esa voz, esa presencia... solo un alfa podía hacer que la tierra vibrara con su nombre.
Me moví junto a él, cubriéndole el flanco. Un grupo de niños herejes intentaba esconderse tra