Julieta
—¿Qué los herejes qué? —pregunté.
Estas últimas horas habían sido un caos y no había podido dormir bien. Para ser sincera, no lo hacía desde hacía un tiempo: tenía pesadillas, extrañaba a mi alfa. No cansaba de repetirme que debí besarlo más, amarlo más. Por momentos, la angustia subía por mi cuerpo como una planta trepadora, ahorcándome. Temía por él, me hacía tanta falta que no podía respirar.
Pero la ciudad me necesitaba, él me necesitaba. Había tantos que trabajaban con nosotros para que tuviéramos éxito, y no podía bajar los brazos. Había estado trabajando, Leticia me ayudaba, intentando dar con alguna solución al wolfsbane y al ónix. Había triturado amatistas y también agregué parte de mi sangre, pero no podíamos dar con un antídoto o algo que combatiera esta nueva amenaza. Luz se iba debilitando poco a poco, y si ella era una loba, una luna, ¿qué quedaría para el resto? Las doctoras no podían hacer nada. Nadie podía hacer nada. Nuestros guerreros podrisan sufrir el mis