EMILIA
Frente a mí, Adam sonreía con esa falsa ternura que pretendía disfrazar de consuelo. Sus ojos eran dos brasas, ardiendo con una intensidad peligrosa. Eran sus ganas de ver destruido a mi marido por rencores antiguos que no le pertenecían.
Muchas veces nos vemos obligados a pensar que debemos heredar los problemas de nuestros padres, de nuestras familias, y en general de todo nuestro nombre. Pero, la realidad era que parte de la vida era aprender a romper con esas cadenas, darte la oportunidad de hacer un cambio, y entender que no son nuestros problemas. No tendrían por qué heredarse.
Brandon, por fortuna, lo entendió.
Adam, sin embargo, me decía que no iba a permitir que nadie me lastimara, que él me cuidaría, que me amaría como Brandon nunca lo había hecho, a pesar de que había sido su amigo durante toda la vida. Yo solo asentía, interpretando el papel de la esposa rota. Por dentro, la rabia era un veneno delicioso, porque cada palabra quedaba grabada en mi celular.
Lo tenía