EMILIA
Me quedé inmóvil. El mundo se me detuvo por completo, porque es como si esos seis meses de esfuerzos que había hecho no hubieran valido la pena. Era como si el alejarme de él por completo no hubiera servido de nada porque seguía atada a él.
Ahí estaba ese anillo que representaba más una maldición, que la bendición de lo que significaba el matrimonio.
Su dedo anular izquierdo mostró el anillo brillando ante mí, como un símbolo de que aún era Emilia Ricci de Moretti, una mujer desgraciada que se había casado con un hombre cruel, que la había enterrado en el olvido y la indiferencia.
Como si yo todavía le perteneciera.
— Porque aún eres mi esposa, Emilia —. Dijo con esa voz baja, intensa, que solía deshacerme por dentro—. Y no pienso firmar una m****a —. Esas palabras me tomaron por sorpresa ¿Por qué no había firmado el maldito divorcio?
Me tomó unos segundos procesarlo. El anillo. Su mirada. Sus palabras. Todo.
Pasé de la confusión a la angustia, y de la angustia al odio en menos