El sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas, tiñendo el cielo de un hermoso tono naranja. Agatha se encontraba sentada en el balcón de su habitación, contemplando la vista y tratando de calmar la agitación que sentía en su interior. La reciente confrontación con Al-Fayed aún la tenía inquieta, y no podía evitar pensar en las repercusiones que eso podría tener para ella y Samer.
Al entrar Samer, su presencia llenó la habitación con una energía reconfortante. Se acercó a ella, sus ojos oscuros brillaban con determinación.
—¿Cómo te sientes? —preguntó, ocupando el asiento a su lado.
Agatha suspiró, sintiendo el peso de sus pensamientos. Había tanto que decir y tan poco tiempo para hacerlo.
—No puedo dejar de pensar en lo que pasó —respondió, mirando el horizonte—. Al-Fayed no se detendrá aquí. Tiene que haber algo más que esté planeando.
Samer asintió, tomando un momento para pensar. Era cierto; Al-Fayed era un hombre que no aceptaba la derrota fácilmente.
—He estado investigando