ALEENA
—Molly, tengo que irme. —No esperé a que preguntara por qué ni a que respondiera a lo que le había dicho. Colgué el teléfono y lo dejé a un lado, incapaz de apartar la vista de Dominic.
Tenía el rostro pálido y me di cuenta de que no parecía haber dormido bien. Casi siempre tenía algo de barba de tres días, incluso por la mañana, pero hoy la tenía más espesa.
En las semanas que lo conocía, esta era una de las pocas veces que lo había visto con un aspecto menos que impecable.
—Dominic. —Me puse de pie—. Estás pensando en renunciar —dijo en voz baja.
Tragué saliva. Incapaz de sostenerle la mirada, me giré—. ¿De qué hablas? —pregunté en voz baja.
—Te oí.
El sonido de sus zapatos sobre el suelo de mármol me puso en tensión y levanté la vista para ver su reflejo ondulado en las ventanas oscuras justo detrás de mí. Fingiendo estar ocupada con la comida, encontré el colador y escurrí la pasta. —¿Tienes hambre? Siempre termino haciendo más de… —Sus manos se posaron en mis hombros.
—Te