—Rittenour —dijo con brusquedad. —Soy Penelope Rittenour —dijo, lanzándome una mirada desdeñosa—. ¿Y usted es...?
Salí de detrás del escritorio. No sé qué me impulsó. Quizá fue esa mirada desdeñosa, o quizá la forma en que me habló, con un tono casi idéntico al de Jacqueline St. James-Snow. Pero me encontré extendiendo la mano. —Soy Aleena Davison, la asistente personal de Dominic.
Una cosa que ya sabía sobre la élite neoyorquina era que la mayoría jamás se dejaría ver siendo grosera. Al menos no delante de testigos. Eran más de los insultos sutiles.
Tras una mirada penetrante, Penelope extendió la mano y la tomó. No se podía llamar apretón de manos. Simplemente apoyó la suya en la mía un instante. Al separarla, vi cómo se resistía a limpiarse la mano, y yo también me resistí. —No te preocupes —pensé decir. Ser de clase media y birracial no es contagioso, cariño.
—Su asistente. —Penélope chasqueó los dedos, casi como si intentara quitarse la sensación de suciedad de la piel.
Me mordí