DOMINIC
Había desarrollado un nuevo pasatiempo favorito: robarle las bragas a Aleena.
Hasta ahora, le había confiscado cuatro pares.
Ella estaba de compras, buscando más.
Estar lejos de ella tenía sus pros y sus contras. Me permitía concentrarme en el trabajo y en todos los proyectos que habitualmente me abrumaban. Pero al mismo tiempo, hacía que mi mente volviera a ella y a las cosas que quería hacerle, y a las que no estaba seguro de si algún día llegaría a hacer.
Me estaba obsesionando.
El tictac del reloj me estaba volviendo loco y terminé encerrándome en mi oficina, donde solo oía mi respiración, el pasar de las páginas y el ocasional sonido de mi correo electrónico mientras trabajaba en un proyecto, luego pasaba a otro, antes de distraerme con algo completamente distinto. Era un caos, una locura, y me encantaba.
El sonido de la puerta principal abriéndose, seguido de una voz familiar, fue un alivio bienvenido.
—¡Hola!
—¡Aquí estoy, Fawna!
Un llanto bajo, casi un balido, me invad