—No puedo saber si te duele si no eres sincera. No me digas lo que crees que quiero oír. —Deslizó un dedo por debajo del borde de la corbata, al lado de mis labios, y frunció el ceño. La mordaza se aflojó un poco y me acarició la mejilla—. No soy un sádico. No quiero que sufras. Quiero controlar tu placer.
Maldita sea, eso me excitó aún más.
—Ahora, ¿vas a ser sincera conmigo?
Asentí y esa sonrisa volvió a aparecer.
El teléfono del escritorio sonó de nuevo mientras yo permanecía allí, con la falda subida hasta las nalgas, las bragas en la mano y la corbata de Dominic a modo de mordaza. No parecía real.
Dominic me observó atentamente mientras extendía la mano, pero no contestó. Pulsó el botón del intercomunicador y, cuando Amber respondió, dijo: —Estamos en medio de algo complicado y vamos a estar ocupados un rato. Toma nota de todas las llamadas. —Hizo una pausa, me sonrió y añadió—: En realidad, apaga el teléfono por hoy.
Hubo una breve pausa y ambos percibimos la sorpresa y luego el