Me estremecí.
—Voy a besarte ahora —dijo con la misma seguridad que la primera vez que me besó—. Si me detienes, respetaré tu decisión y no volverá a suceder.
Levanté la vista bruscamente hacia él, observé cómo cambiaba de posición hasta apoyarse ligeramente contra mí. —¿Tú… qué?
Volvió a acariciar mis labios con el pulgar.
—Voy a besarte. Si no quieres que lo haga, o si no me deseas, detenme. Volveremos a lo profesional. O, si lo prefieres, daremos por terminada nuestra relación y podrás marcharte con la indemnización estipulada en tu contrato.
Dejé de escucharlo casi por completo cuando dijo que iba a besarme.
Me tomó el rostro entre sus manos y esperó. Al ver que no lo apartaba ni retrocedía, bajó la cabeza. Empezó con suavidad, sus labios rozando los míos con delicadeza. Luego los separó y su lengua rozó la comisura de mis labios. Abrí la boca con un suspiro.
Él emitió un sonido y el beso cambió, se volvió más intenso. Más duro. Sus dientes atraparon mi labio inferior, mordisqueán