Verónica había recibido un correo electrónico para otra cena benéfica en la mansión Dixon. Al parecer la familia Dixon había decidido hacer extravagante donaciones al mundo de la medicina y presumirían sobre ello al mundo entero.
Jorge le había hecho llegar a Verónica, un hermoso vestido verde oscuro. — Esa gente, está loca —dijo Sonia enojada— ¿Cómo pueden organizar un evento cuándo has sido golpeada de esta forma? ¿Es que no tienen consideración por ti? — La familia Dixon es un enigma para todos —respondió Verónica sin moverse, la maquillasta encargada de tapar los moretones de la cara y espalda, estaba en ello. — Ojalá pronto te deshagas de ellos. No creía en ello hasta ahora. Alexander no ha sido bueno para venir a ver como estás, es lo mínimo que debería hacer después de andarse besuqueando con esa arpía. Las palabras de Sonia le calan hasta los huesos a Verónica. Que aspira, para evitar hablar frente a la maquillista. — Solo quiero que esta noche acabe. Sonia observó a Verónica en silencio después de aquello. Sabía que su amiga la había pasado mal después de enterarse de la infidelidad. Aunque no entendía la razón de Alexander, ella jamás se lo perdonaría. — Mis padres rechazaron la invitación, así que no podré ayudarte —dice Sonia con tristeza— Pero solo debes fingir que todo está bien. Que tu sonrisa no caiga, ya sabes como hacerlo, Verónica. Al pasar una hora, Verónica salió de los condominios Cristal Waters. La nueva ubicación de Verónica, estaba a las afueras de la gran ciudad. El edificio pertenece a una familia adinerada de California, que Verónica pronto conocería. Un lujoso asuto negro llegó, casi cuando Verónica piso la banqueta. Con una mueca de dolor, Sonia la ayudó a subir. — Llámame si necesitas que vaya —rogó Sonia con la mirada en ella— Si duele, Llámame. Estaré alli en diez minutos. Cualquier dolor, que sientas, Verónica. — No te preocupes. Verónica no pudo convencer a su amiga de no preocuparse. A pesar de haber pasado ya doce horas desde el asalto, su cuerpo dolía tanto o más que cuando despertó en el hospital. — Buenas tardes, señora —saludó el chófer. Verónica tragó un nudo en su garganta al notar que esta vez... esta vez Alexander no venía en el auto, como siempre ha sido. Siempre llegan juntos a los eventos de gala. Siempre. — ¿Sabes dónde está Alexander, Theo? —preguntó después de unos minutos de trayecto Verónica. Theo mantuvo la vista en la carretera. Sabía que Alexander y Verónica no estaban bien, todos sus trabajadores cercanos lo sabían. El humor de Alexander siempre es frío y calmado, pero ahora no. Ahora su humor era como un fuego ardiente, tenían que alejarse de él para no quemarse. — El señor Dixon está recibiendo a los invitados, señora —respondió Theo serio. Verónica se mantuvo el resto del camino en silencio. La residencia de los Dixon se encuentra a cuarenta minutos fuera de la ciudad, pocas veces Verónica había ido hasta allí. Al tener que vivir en el centro de la ciudad, se habían mudado a una propiedad que Alexander compró exclusivamente para el falso matrimonio. La gran mansión había sido arreglada para recibir invitados de honor. Reluciendo el dinero que han ido adquiriendo con el paso del tiempo. — Gracias, Theo —Verónica agradeció cuando Theo la ayudó a bajar. Theo no pudo evitar ver dolor en la mirada de Verónica. Theo pensó que Verónica estaba sufriendo alguna rara enfermedad, por eso el dolor y el humor de su despiadado jefe. — ¿La ayudó a subir las escaleras principales? Hay fotógrafos en toda la zona —explicó Theo. — Estoy bien, Theo, gracias. Theo asintió y se retiró. Una alfombra azul marino, decoraba las escaleras principales. Muchos hombres y mujeres con cámaras profesionales, se encontraban allí. Tomando fotos a diestra y siniestra. Cuando una mujer notó a Verónica, iniciaron las fotos hacía ella. Verónica sonrió como siempre lo hacía, en cada uno de esos eventos; Nunca notó que el maquillaje que cubría un gran moretón morado en la espalda, se habia limpiado con el cuero del auto donde había subido. Verónica siguió subiendo sin percatarse qué las fotos se triplicaron de repente. — Verónica Cox —anunció ella en la entrada al hombre que revisaba las invitaciones. El hombre abrió los ojos sorprendido de no reconocerla. — Pensé que ya habia entrado, señora —se apresuró a decir el hombre— Por favor, pase. Verónica siguió caminando con la seguridad que la caracterizaba. Notó las miradas de algunas personas, que estaba aún afuera tomando aire, pero decidió ignorarlas. A punto de entrar al gran salón, en la puerta principal había algunas personas. Para Verónica, el tiempo pareció detenerse cuanto reconoció a aquellas personas. Recibiendo a todos los invitados, se encontraba; Alejandro Dixon, padre de Alexander. Silvia Mancilla, esposa del señor Alejandro. Alexander y... Ana, Ana Bell. — ¡Qué alegría verte de nuevo, Verónica! —exclamó Silvia, quien fue la primera en darse cuenta de que la esposa de Alex había llegado. El resto levantó la mirada, pero Alexander volvió a sorprenderse con la belleza de mujer que tenía por esposa. — Es un placer para mí —respondió Verónica tratándose los celos que le subían por la garganta como ácido. — Alexander nos contó que tuviste mucho trabajo, es bueno que hayas podido venir —siguió Silvia, tomándole la mano— Esa arpía no se aleja de tu esposo, ponla en su lugar —le susurró Silvia cuando la abrazó. — Es un hecho —respondió Verónica sonriente. Alexander no pudo quitarle la mirada de encima. Él sintió que pasó demasiado tiempo, parecía que tenía un siglo sin verla, pero después de unos segundos, volvió a recordar el enojo. En su mente, ella no volvió a casa por estar con Levi o algún otro hombre. — Deberías echarla, no merece estar aquí —susurro Ana, aprovechando para pegarse a su cuerpo— Ella es una deshonra, Alex. Ana hervía del enojo, solo de ver a Verónica. Cuándo la conoció, no la había visto tan deslumbrante como ahora. Con ese vestido, parecía una piedra preciosa, que necesita ser salvada. Lo que ella jamás permitiría. — Alexander —saludó Verónica con una leve movimiento de cabeza. — Verónica. El señor Alejandro Dixon observó a los jóvenes. Entendió de inmediato que algo había pasado, pero admiró a los dos por seguir intentando parecer la mejor pareja. — Es bueno verte, Verónica —habló Alejandro.