Las cosas se salen de control, cuando la duda se acumula. Las cosas se salen de TÚ control, cuando eres un idiota.
Alexander miró la puerta de casa, esperando que Verónica entrará en cualquier momento. Quería gritarle, pero no quería que aquellas fotos fueran ciertas. Así que deseaba que Verónica le mintiera, que le negará, cualquier cosa pero que no le rompieran el corazón. Verónica nunca llegó y su teléfono jamás respondió. Aunque Alexander había pasado la noche en vela, esperando a su esposa, ella jamás había llegado. Alexander enloqueció cuando un reloj de pared timbró, marcando las siete. El sol había salido hace media hora, pero ahora ya se sentía su calor. — ¡Maldit* sea! —gritó enojado tomando su vaso y arrojandolo contra el bendito reloj de pared. Volvió a marcar al celular de Verónica, en un intento de tomar el control de nuevo. Pero su celular lo mandó directo a buzón. Cuándo las cosas no parecían ponerse peor, su celular timbró con una llamada de Jorge, la cual respondió; — ¿Qué? —espetó sin ocultar la rabia. — Ha llegado un correo —dijo Jorge— Del abogado Martínez, Alexander. En ese momento, lo entendió. Si Verónica huyó, fue porque supo que Ana le había dicho la verdad. — ¿Qué quiere? — El divorcio, finalizar el contrato a término, como habían acordado. — Mándame el registro de los movimientos bancarios de Verónica, el último mes. También envíame que propiedades tiene, si es que tiene alguna. — ¿Pero qué ha pasado, Alex? Me has dicho que todo estaba bien, que querías intentar —Jorge fue apagando la voz poco a poco. Jorge conocía a Alexander. Él jamás actuaría por impulso, nunca lo ha hecho antes, así que pensó que ahora que tiene treinta dos, siendo un adulto, menos pasaría eso. — Ana me mostró pruebas de que me ha engañado con el director de su hospital. — No puedes hablar en serio, esa arpía hará lo que sea para ponerlos en contra. ¡No puedes creerle, Alex! ¡No seas idiota! — Añadió que Verónica había buscado al mejor abogado en divorcio para quitarme todo lo que le sea posible. La voz de Alexander eres siniestramente tranquila. — Ana Bell es una serpiente venenosa, Alex. Lo supimos desde el momento en que decidió irse sin importarle tu salud. Para ella siempre fue ella y ella. Ahora que te has enamorado por primera vez, es la única metiendo leña al fuego, es peligrosa. — Verónica no responde mis llamadas desde ayer. ¿Soy idiota? No llegó a dormir. Hasta ahora, no está. Jorge, Verónica no está. La voz de Alexander sonó rota. Un hilo de sentimiento se péndulea en su garganta. [...] Verónica sentía que habia puesto en un frasco sin fondo, los sentimientos de Alexander. Jamás pensó que habría relaciones entre ellos, Jamás pensó que Alexander fuera un mujeriego. Le daba asco hasta tomar agua, del coraje y frustración que tenía. Verse en el espejo con aquellos moretones, le dolía. Estar en un departamento vacío, nunca dolió tanto como hasta ahora. Salir de su habitación y no ver el desayuno que Alexander casi siempre preparaba, le rompió el corazón. No tenía teléfono, Sonia se había ido a trabajar después de insistir quedarse. Pero, Verónica quería estar sola. Cuando su padre murió, tuvo el apoyo de Alexander, aunque eso estaba fuera del contrato. Ahora, que necesitaba apoyo, no podía llamarle a la única persona que necesitaba. Él le mintió, como todos los hombres. Mientras que Verónica lamentaba la traición de Alexander, Ana visitaba por tercera ocasión el hospital King. — Es bueno verte de nuevo. ¿Has mejorado tus productos o sigues siendo una completa e****a? —preguntó el doctor Fuentes al reconocerla. — Solo quería agradecer por las fotos, han sido la jugada perfecta. Alexander la odiará. El doctor Fuentes, asintió con emoción— Verónica ha conseguido todo gracias al director y su esposo escondido. Es una mujer que no sabe respetar, me alegró cuando recibí la noticia de su asalto. El odio, ese sentimiento que el doctor Fuentes sentía por la joven cirujana Verónica Cox, fue creciendo conforme Verónica tomaba experiencia. Para él, era imposible que alguien tan joven, lidedara tantas cirugías mayores. Sabía que su amistad con el director y hederero Levi King, era la razón principal. Pero había descubierto hace poco, la segunda razón. De los empresarios mas fuertes del país, Verónica Cox era esposa. Su influencia en el mundo, era como un vidrio en un globo. De ella dependía muchas cosas, sin tener el mínimo esfuerzo. La odiaba. Simplemente la odiaba. — ¿La asaltaron? —preguntó Ana, casi con una sonrisa ganadora. — Si, ayer por la noche. Aunque también pudo haber sido algún familiar desdichado buscando venganza o algo parecido —el doctor Fuentes vió pasar al director, con una cara seria— Parece que habrá problemas pronto. — Te aseguro que si, más para Verónica. La ayuda del apellido Dixon desaparecerá más pronto que tarde —habló Ana con resentimiento— Una vez más, gracias. Ana Bell salió del hospital. Sabía que aquellas fotos habían sido manipuladas, pero eso no le importaba. Ella compartía el resentimiento con aquel viejo doctor, la unión que compartían ellos dos, era un secreto que a ambos les convenía llevarse hasta la tumba. Cuando estuvo en su auto, la pantalla se iluminó con una llamada de su asistente, Gérard; — Buenos días, Ana. He recibido la respuesta de grupo Dixon ante tu petición —informó Gérard. — ¿Qué día quieren reunirse para firmar el acuerdo? —Ana respondió con una sonrisa de victoria. Había logrado engañar a todos. Ahora mismo, Verónica estaba acabada. No tenía mas opción que dejar libre a Alexander y tal vez... abandonar su trabajo en el hospital King. — No hay que firmar absolutamente nada, Ana. El grupo Dixon ha rechazado el proyecto, nos dieron la espalda. Ana se quedó congelada.