Un aborto inesperado.
Ester no había dejado de cubrir sus labios con ambas manos mientras contemplaba, incrédula, que su amada hija era un ser majestuoso y mágico. Le costaba asimilarlo, pero no le temía; por el contrario, la ternura la desbordaba.
—Seguro, el padre de mi muchacha, era una bestia… y, por miedo a que yo no lo aceptara, nos abandonó —murmuró, dándole vueltas a la posibilidad de que Scarlet fuera especial por parte de su padre.
Pero al instante chasqueó la lengua y frunció el ceño.
—¡Tonterías! Y aunque así fuera, ¡eso no lo justifica! ¡Es un miserable que abandonó a su propia hija! —refunfuñó consigo misma, enfadada por atreverse a buscar excusas para aquel desgraciado.
Mientras tanto, Yeho, el lobo de Derek, instruía con infinita paciencia a Nyx. Le enseñaba cómo abrazar el instinto lupino, cómo dejar que las patas se movieran libres, ágiles, sin tropezar.
Ellos parecían ignorar al resto, caminando en círculos con elegancia… hasta que, de pronto, la majestuosa loba roja se desplomó con un g