Energía divina.
De pronto, del pecho de Scarlet brotó una luz blanca, incandescente, imposible de describir.
No era fuego. Tampoco magia común. Era energía pura, multiplicándose a través de su cuerpo como si fuera una antena divina… y ella, la dueña del rayo.
Los lobos que aún respiraban comenzaron a temblar. Pero no de miedo, sino de poder.
Scarlet no entendía lo que estaba haciendo. No pensaba. Solo sentía.
Sentía el dolor de Derek enfrentando a su propio padre.
La angustia sofocante de Reiden.
El miedo agudo de Zhana.
La rabia hirviente de Selene.
El odio implacable de Mario.
Y su cuerpo, como un reactor, absorbía todas esas emociones, las fundía en su interior y las devolvía transformadas en pura energía.
La luz se expandió como una ola. Primero alcanzó a los guerreros caídos. Sus ojos se abrieron de golpe, sus cuerpos se levantaron y sus lobos despertaron con un aullido tan feroz que estremeció el bosque entero.
Scarlet extendió la mano temblorosa hacia el altar. Tocó las runas antiguas y, al in