El lobo que cuida lo suyo.
Scarlet palideció al ver que las puertas habían atrapado el brazo de Leo.
Ella forcejeó frenética, intentando abrirlas, con el corazón desbocado.
Justo en ese momento, Derek, que había abandonado la junta al sentir una punzada en el pecho, apareció.
—¡Quítate! —rugió, apartando a Scarlet con suavidad.
Sus ojos destellaron con furia y su fuerza lobuna se activó. Con un empujón que desafió toda lógica humana, abrió las puertas de un tirón. El cristal chirrió… y cedió.
Leo cayó al suelo, temblando, sosteniéndose el brazo como si se le fuera a desprender.
—¡Ay, ay, ay! ¡Duele! ¡Me duele mucho! —sollozó, con el rostro perlado de sudor, y pálido como una sábana.
—¿Estás bien? —preguntó Scarlet, agachándose a su lado, con culpa y susto.
—¡No! ¡No estoy bien! ¡Necesito un maldito hospital! —gimió Leo, acunando su brazo como si fuera de cristal.
Derek ya estaba marcando furioso a seguridad.
—¡Quiero una explicación ahora mismo! ¡¿Cómo diablos falló esa puerta?!
Zhana llegó corriendo con la car