Besos, castigos y otras locuras.
—Soy tu mate —dijo Lioran, y la cargó como un saco de papas, firme pero sin violencia.
Salió de la posada con pasos decididos, sin prestar atención a las miradas curiosas de los pocos huéspedes. Aunque ninguno los conocía, nadie dijo ni hizo nada, pues la habían visto sonreír con él antes y asumieron que solo se trataba de una pelea de enamorados.
La noche era fría, y ella, a pesar de la furia, temblaba.
Lioran la colocó en el asiento del copiloto y le arrojó su chaqueta de cuero. Cerró la puerta y arrancó el auto sin molestarse en ponerse una camisa.
Paola lo miró con rabia, con miedo, con algo más que no quería nombrar.
—El auto no estaba descompuesto.
—No —respondió él—. Tenía la esperanza de poder convencerte… de que me conocieras.
—No tenías derecho —susurró ella, ya sin voz de tanto gritar, con lágrimas de impotencia corriendo por sus mejillas.
Lioran estuvo a punto de dejarla ir. Ir en contra de los deseos de su mate era la peor tortura que había sentido en su larga vida. Ahora